lunes, 24 de diciembre de 2007

Feliz nacimiento, Emmanuel

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Me encontraba de camino a casa. Ya era tarde, la gripe pudo empeorar si no fuera por el anís que tomé antes de llegar. De pronto, en calles usualmente oscuras puedo ver un espectáculo de luces ubicuas rodeándome. Dorados, colores entre verde y rojo, algunas colocadas cadenciosamente (en escaleras, por ejemplo) y otras, con el mismo afán pero con menos presupuesto imagino, humildemente figurando un trineo o una estrella en alguna mampara o ventana. De pronto, uno que otro estallido provocado por los felices niños que disfrutan tanto sus palomilladas antes de la noche buena, pues ésta indica, recién, el inicio estruendoso de los cohetones, misiles y luces de bengala. Un personaje extraño en todo el año, pero familiar por estos días adorna fachadas y bazares con su copiosa barba y peculiar traje rojiblanco que bien podría pasar por un atuendo peruano. Recuerdo haber visto a uno trepando una pared con un gran saco en la espalda; imagino que la familia de dicha casa no temía la irrupción de aquel hombre.

Se hornean pavos, hacen notar orgullosas ciertas panaderías. La caseta del vigilante del barrio curiosamente adornada por alguna vecina empalagosa que no solo mantiene, sino contagia el “espíritu navideño” al que se le cruce. Señores de rostro hosco, como nunca sonríen por la popular “grati” que reciben porque la fecha lo amerita. Centros comerciales repletos. Edificios de panetones. Policías de transito alienados con un sombrero papanoelesco. Villancicos resuenan en casa de los vecinos más “antiguos” de la cuadra. Uno que otro nostálgico. Cadenas navideñas en los correos. Y, bueno, un sujeto que escribe en un blog porque algo más que una festividad lo motiva a hacerlo.

Hace más de dos mil años (e, incluso, mucho menos), no existían tantas representaciones para un evento, lamentablemente, tan comercializado como ahora. Ni era, para nada, tan esperado. Es más, imagino que ese día, el nacimiento de un niño que representamos un 25 de diciembre, la mayoría holgazaneaba o luchaba para pagar los impuestos a un imperio que dominaba al pueblo de Dios. Sólo hubieron pequeños rumores entre la gente que esperaba a un Mesías. Pero eran rumores lejanísimos, puesto que, cómo iba a nacer el Salvador del universo en tiempos tan trágicos como los del dominio romano. En una Jerusalén libre, en un esplendoroso castillo habría de nacer dicho Rey. Nadie imaginaba que justo hace nueve meses, el Espíritu de Dios descendía del cielo en una muchachita y le haría concebir a uno a quien llamaría JESÚS, que significa Salvador.

“Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre EMMANUEL (Isaías 7:14)”.

Emmanuel, es Dios con nosotros. Finalmente, Dios mismo descendía de lo alto para caminar entre nosotros. Su historia celestial se interrumpió por amor. El Rey de reyes nació en el lugar menos imaginado –por no decir, menos merecido- y nos mostró humildad desde el inicio. Los ángeles, desde lo alto, cantaron alabanzas y se regocijaron en Dios, pues este mostraba Su incomprensible amor hacia la humanidad en un pequeño pesebre. En el tiempo menos pensado, nació Jesús. En un día que hoy llamamos navidad, nació Dios.

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad (Juan 1:14)”.

Santo, Santo, Santo Dios.
Gracias por enviar un día como hoy a Jesucristo.
El más precioso de los hombres que cambió el rumbo del mundo.
Hosanna, al cordero de Dios que vence al mundo y destruye las tinieblas.
Nombre sobre todo nombre, brazos eternos, precioso Jesús.
Este día es para ti y para nadie más. Tú que mereces todo y que das todo.
Poderoso Señor, así como esperamos tu venida, recordamos tu nacimiento que nos dio vida.

Los quiero mucho a todos. Recordemos a Jesús. Si bien es un tiempo de amistad, unión y amor, en esta fecha reflexionemos y agradezcamos a Dios por todas las bendiciones que derrama todos los días sobre nuestras vidas. Por supuesto, no solo hoy, sino siempre. Jesús vive, y vive en nosotros. Celebremos, pues, el nacimiento de Emmanuel. Feliz navidad.

*Versión en castellano de la canción en YouTube.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Fortaleza

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Un encuentro con el Dios vivo es lo más maravilloso que existe. Crea en nosotros un gozo perfecto, verdadera paz, absoluta dependencia, seguridad, etc. y uno de los efectos más asombrosos, sobre todo si se está empezando a conocer de manera directa a Dios a través de la guía de Su Espíritu, es el cuidado y cariño insuperable de un Padre hacia su hijo favorito.

"Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios (1 Juan 3:1)".

Me parece que depende de uno creerse estas palabras; es decir, hermanos, si hemos recibido la adopción, por medio de Jesús, de hijos, pues por qué no aprovecharla. Sabemos que vivir en Cristo es por la fe. Entonces, hijo de Dios, cree, levántate y pelea. Dios es un Dios de Amor (1 Juan 4:10), la biblia lo repite muchas veces, además, una conexión genuina con Dios es una constante y eterna (de parte de Él) muestra de amor hacia nosotros, sus hijos. Dios es un Dios de iniciativas. Él viene hacia nosotros siempre que estemos dispuestos a recibir Su abrazo. Por lo menos, así es como me siento desde que me reencontré con mi Señor.

"No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo (Isaías 41:10)".

Los brazos del Señor son eternos, nosotros no; lamentablemente, le fallamos. Cuando mi decisión tomó forma de palabras, puedo recordar qué le dije al Señor: No importa lo que suceda, no voy a volver atrás. Resulta posible esa clase de promesa. No pecar resulta, simplemente, imposible. Pues no hay justo en la tierra. A la par, pude percibir que Dios sonreía y me decía: Esa promesa es mía. Yo te ayudaré. Jamás has estado solo y jamás lo estarás (Josue 1:9). Mi vivir en Cristo resultó muy difícil para entonces. Es decir, tanto tiempo alejado de Él causa una suerte de rutina. Una rutina de pecado. Pero esta vez, Dios mismo hizo el cambio. Y me lo confirma todos los días. Además, como me dijo amorosamente un gran amigo, por teléfono, al notarme apocado, mayor es el que está en ti, que el que está en el mundo. Y pues, definitivamente, en nuestras fuerzas poco o nada podemos hacer. Realmente, resulta absurdo intentarlo cuando la obra ya fue hecha en la cruz del calvario por Jesucristo, nuestro salvador. Todo se puede en Él.

"Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipenses 4:13)".

Y esa bendita palabra: Fortaleza, crea en nosotros esperanza y victoria. En tiempos de pruebas, para animarme y restaurarme (la palabra de Dios tiene el poder para hacerlo) suelo recurrir a un salmo que, hasta ahora, considero favorito, en donde David, con hermosos versos, declara el poder, la majestuosidad, la fortaleza de Dios para con su vida. Es totalmente precioso encontrarte con el León rugiente que pelea tus batallas y, al mismo tiempo, con el Padre amoroso que te abraza delicadamente, en el salmo 27. Añadiré algunos versos que competen a lo que quiero expresar ahora, pues el Salmo, desmembrado, es todo un universo de promesas para los fieles en Jehová. Decláralo, el Señor está pendiente de ti.

(Salmos 27:1)
Jehová es mi luz y mi salvación;
¿de quién temeré?
Jehová es la fortaleza de mi vida;
¿de quién he de atemorizarme?

(Salmos 27:3)
Aunque un ejército acampe contra mí.
No temerá mi corazón;
aunque contra mí se levante guerra,
yo estaré confiado.

Si he logrado sobrevivir, en realidad por primera vez vivir, en esta lucha constante ha sido por Jehová, mi Dios. Gracias, Papá, por fortalecerme.

jueves, 13 de diciembre de 2007

JC: Vida y libertad (parte 3)

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‘¿Qué sucede?, ¿qué ha pasado?’, preguntaban los que habían presenciado el último hálito de vida del ahora muerto. Juan, al pie de la cruz, levantó la mirada con un fruncimiento de dolor y enrojecidos párpados. ‘Mi Jesús, mi amado’, se sentía libre, no sabía de qué, se sentía ligero, no sabía por qué. El mundo entero sintió que se le había arrebatado algo profundamente arraigado en su ser. Un soldado romano afirmaba el poderío del encaramado rey brutalmente golpeado, paradójicamente recién al verlo muerto en lo alto de la cruz.

“Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres, así asombrará él a muchas naciones; los reyes cerrarán ante él la boca, porque verán lo que nunca les fue contado, y entenderán lo que jamás habían oído (Isaías 52:14,15)”.

La multitud atemorizada solo podía golpearse amargamente el pecho y sacudirse los vestidos asqueados de la peor alevosía cometida. El cielo zozobrante y lóbrego aumentaba el temor. Los suelos estentóreos y temblorosos confundían pisadas entre la gente. Rocas gigantes quebradas. Vacío. Dolor. En algún lugar recóndito, se desataba una terrible batalla de salvación. Mientras, en el desértico ribazo, agua y sangre chorreaba de un costado del cuerpo del Maestro, provocado por una filuda lanza. Una bendita figura, un verso sublime, una metáfora de libertad. Muerto Jesús, el velo que cubre el tabernáculo de Jehová desde los tiempos de Moisés (Éxodo 26:31-33), en donde sólo podía entrar el sumo sacerdote en representación del pueblo y disfrutar en acciones de gracias la presencia de Dios, se rasgó en dos, de arriba abajo (Mateo 27:51). La prueba de amor sucedió cuando, Jesucristo, hecho hombre, padeció de tentaciones como nosotros, se humilló como siervo y entregó su vida en una cruz para perdonar nuestros pecados y salvarnos de la condenación, además de darnos entrada al trono del Padre con entera libertad.

“…no tenemos sumo sacerdote [Jesús] que no pueda compadecerse de nuestras debilidades… Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (Hebreos 4:15,16)”.

Juan no entendía la mezcla de sentimientos en su mente. Por un lado, quería -sin éxito- odiar a quienes permitieron la muerte de su amado; por el otro, sentía paz, restauración, salvación y amor. Aunque sus ojos miraban un cadáver, su corazón se sentía más vivo que nunca. Jesús, le había dicho que nadie podía quitarle la vida, sino que Él la ponía y tenía poder para volverla a tomar (Juan 10:17). En su humanidad, aún no asimilaba estos versos, pero la esperanza se hacía real por primera vez en su vida. Un augusto varón de Arimatea, miembro del concilio, quien esperaba el reino de Dios, con cierta injerencia fue hacia Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús, quien sorprendido por la rauda muerte del condenado, le concedió su pedido. Un hombre que aprendió a nacer de nuevo (Juan 3), Nicodemo, llegó con aromáticos y excelsos perfumes. Estando el lienzo ya embalsamado, José de Arimatea y Nicodemo, pudieron ver muy acongojados, mientras envolvían a Jesús con la sábana, las enormes llagas en su maltrecho cuerpo.

“… y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:8)”.

Mientras los hombres, seguidos de un grupo de mujeres, iban camino al sepulcro, donde pondrían el cuerpo de Jesús, María, a quien le fue encomendado concebirlo, siguiendo el paso, cavilaba en su mente, tenía la certeza de que Él era el Salvador de la humanidad. Sabía que era el Hijo de Dios, el único redentor, sabía que Jesús era Dios. Pudo entender el propósito de Dios en ella: criar a Su Hijo. Quería alegrarse por ello, pero los mordaces llantos de las mujeres que le acompañaban lo impedían. Elevó una oración al Padre, ‘Jesús, Tu Hijo, tiene un propósito que aún no logro ver. A pesar del inmenso dolor, así como diste Tu bendición para mi vida, espero Tu bendición para el mundo entero. No tengo plenitud por haber amamantado a Tu Hijo, sino por haber oído Tu palabra que es la verdad (Lucas 11:27,28)’.

“Dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá (Juan 11:25)”.

El terrible dolor sobrepasaba los cielos. Los discípulos no podían dar la cara. Las fieles mujeres, mantenían su empeño, hasta el fin, acompañando al Maestro. Sufrientes. Pusieron el cuerpo de Jesús en un sepulcro cercano, pues se acercaba la pascua y debían prepararla. José de Arimatea, hizo rodar una inmensa piedra para tapar el sepulcro y partió. Maria Magdalena y la otra María, se quedaron, esperando, frente al sepulcro. Al siguiente día, ni el temor ni las señales pudieron menguar las acciones de los fariseos, quienes convencidos de haber dado muerte a un embustero, fueron hacia Pilato y le pidieron sellar la piedra y asegurar el sepulcro con un guardia pues aseguraban que las palabras del muerto, ‘Después de tres días resucitaré (Mateo 16:21)’, serían usados por sus discípulos –que robarían el cuerpo– para engañar a más gente. Pilato asintió. Dios Padre, al ver la magnitud de la obra y la obediencia se dijo nuevamente, orgulloso: Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia.

“Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES (Apocalipsis 19:16)”.

Pasados los días de la pascua, el primer día de la semana, María Magdalena, María la madre de Jacobo y Salomé fueron con especias aromáticas para ungir el cuerpo de Jesús. Al ver la piedra removida aunque temieron, imaginaron que algún discípulo se había adelantado. Se acercaron a la pesada piedra. Una de ellas dejó caer el frasco que contenía los perfumes. María Magdalena temblaba. Tantas lágrimas derramadas impedían llorar en ese instante. Rabí, ¿donde estás? Un halo cegador brilló intensamente en la oscura cueva…

domingo, 2 de diciembre de 2007

Si aún te quiero

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Hoy tus ojos me preguntan si aún te quiero,
si aún te quiero.
Sólo te importa saber si a estas alturas aún te quiero,
si aún te quiero.

Ya me lo advertiste,
que no me fiara de mi propio corazón,
que mi brazo es débil,
y que el alma no suele tener razón.
Y hoy estoy aquí, lamento haber fallado,
no sé cómo no lo vi venir,
No sé cómo te llegué a negar anoche,
y aunque en tus ojos no había reproche,
ya no puedo ni mirarte,
se me ha roto el corazón,
mi alma sólo siente frío y temor.

Y has venido a preguntarme si aún te quiero,
si aún te quiero, si aún te quiero.
Sólo te importa saber si a estas alturas aún te quiero
si aún te quiero, si aún te quiero.

Yo no te merezco,
no soy digno de tu sacrificio ni tu amor,
y aún así derramas
en la cruz tu sangre consiguiendo mi perdón.
Yo no puedo hablar, te veo en el madero,
se oscurece el cielo sobre mi,
y a la vez está naciendo un nuevo amanecer,
que nunca podré explicar ni comprender,
soy culpable de tu herida,
mi castigo es sobre Ti,
yo me alejo, mientras Tu mueres por mi

Y has venido a preguntarme si aun te quiero...

miércoles, 21 de noviembre de 2007

He decidido seguir a Cristo



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Meditando, recordando mi vida pasada, cómo fui destrozando mi cuerpo, mi alma, mi espíritu. Cómo negué mil veces a mi Señor. Pude rescatar que a Dios, mi Padre, no le importó nada de eso, siguió amándome igual. Pero se entristecía mucho al ver a su ovejita lejos del rebaño. El Señor me preguntaba, ¿cuándo te pedí sacrificios en vez de devoción? ¿Acaso mi abrazo ya no te llena? Lejos de Él, de Su calor seguí mi camino, paseando en provincias lejanas.

“Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle (Lucas 15:14)”.

Sucedía que mi vida me importaba muy poco. Me sentía herido, lastimado, despreciado. Formé muchas capas en mi vida, mi corazón se endureció. Hice lo que le prometí no hacer nunca. Así mismo, lastimé a mucha gente con “mecanismos de defensa”. Ese hartazgo sucede cuando el Señor te dice: Ya es hora. Ya te tragó el pez. Y no quiero que tú, mi hijo, comas de la comida de los cerdos. Dentro del pez, de la ansiedad, llamó a mi puerta y todo cambió. Y con esa palabra, “cambio”, me refiero a que ya no existe Carlos Sánchez, ahora pertenezco al Señor.

“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo, más vive Cristo en mí… (Gálatas 2:20)”.

Hasta hace poco, reflexionaba, ¿cuánto en realidad he cambiado? Sentí que en nada. Que seguía siendo el mismo. Pero ahora era feliz. Tenía esperanza. Tenía confianza. Y por supuesto… tenía mucho que restaurar. Mucho que sanar. El Señor tiene harta chamba para moldearme. Pero hay que seguirle con gozo. “No rechaces, hijo mío, la corrección del Señor, ni te disgustes por sus reprensiones; porque el Señor corrige a quien él ama, como un padre corrige a su hijo favorito (Proverbios 3:11,12)”. Quiero que sepan que no soy el mismo. Mis decisiones pasadas ya no son las mismas. Mis acciones pasadas tampoco. La obediencia, el vivir en Cristo es consecuencia de Su amor y de Su gracia. Por eso estamos locos. Porque por amor a Jesús, no hacemos cosas que el mundo hace. Ciertamente, nosotros no andamos en perfección, pero Su gracia nos restaura y nos purifica. Por Cristo lo intentamos.

"Siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; mas los impíos caerán en el mal" (Proverbios 24:16)

El pasado se convierte en nada con Cristo. Él nos perdona y nos ama. Recordemos el pasado sólo como testimonio para Su gloria, no vivamos en el. Creo que el cambio se logró gracias a la decisión más importante que he tomado en mi vida, seguir a Cristo. Es mi estandarte, es mi decisión. Recordé un antiguo himno que solíamos cantar en la iglesia cuando era muy pequeño. Fue como agua fresca para mi vida el volver a escucharlo. Es tan sencillo como sustancial:


He decidido seguir a Cristo,
La vida vieja la he dejado,
El rey de gloria me ha transformado,
No vuelo atrás, no vuelvo atrás.


Y se repite muchas veces. Así, repítele a tu Señor ese compromiso. Es una declaración de fe. Me conseguí la canción, pondré una moderna. Les invito a cantar la canción. Comprométete con el Salvador, vive Su vida. Atrévete. Sé valiente.

“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame (Mateo 16:24)”.

sábado, 17 de noviembre de 2007

JC: Pasión y Gracia (parte 2)

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“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados (Isaías 53:5)”

Su mirada se pierde entre quienes lo prendieron, a veces, prefiere mantenerla baja y ver sus pies moverse obedientes. Recuerda la oración a Su Padre mientras camina sobre el ribazo, “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad (Juan 17:17)”. Las antorchas que lograba vislumbrar lo seguían a todos lados. Estaba todo muy borroso, unos alguaciles habían descargado acerados golpes en su rostro. Vivía la potestad de las tinieblas (Lucas 22:53) y la voluntad de su Padre (Lucas 22:42). Había empezado todo, desde hace mucho en realidad, pero ahora lo vivía en carne propia. A empujones, como si no fuera a cumplir la voluntad de Dios, lo llevaron los soldados a la casa del sumo sacerdote.

“Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo (Juan 6:51)”

Entre lujos incontables, maravillas, tesoros y prendas finas, costosas, fue recibido Jesús quien vestía una túnica desgastada. Él ansiaba la casa de su Padre, sabía que ningún templo tenía comparación con el palacio celestial, ninguna riqueza se comparaba a los tesoros eternos, ninguna casa sacerdotal se encontraba a la altura de su santa morada. En silencio, siguió caminando. Lo acercaron a Anás, suegro de Caifás, quien era sumo sacerdote y quien profetizó claramente que Jesús moriría por la nación: “…vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca (Juan 11:49-52)”. Era su propósito. No hubo circunstancias, sino la voluntad de Dios. Continuó un interrogatorio áspero e insidioso, en el que había connivencia contra el delincuente a juzgar. Tras crueles bofetadas, Jesús habló cuando le preguntaron ‘¿Eres tú el Cristo?’. Dijo la verdad, inocente, con el rostro cansado y los ojos amoratados pero siempre amorosos:

“Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo (Marcos 14:62)”.

Indignados. Un “vagabundo” se hacía llamar Hijo de Dios. Exasperados. Los sacerdotes, representantes de Dios, no lograban asimilar que el Rey a quien “servían” se encontraba frente a ellos. ‘¡Merece juicio este blasfemo!’ Callado, cumpliendo el deseo de su Padre, Jesús siguió oyendo las injurias. La oscuridad reinaba no sólo marchitando las nubes, sino el mundo también. Al amanecer sería llevado ante el gobernador Poncio Pilato. Atado, golpeado, esperó su condena en un silencio de amor. Al día siguiente, acusado de alborotador, en una pequeña plática en la cual, en su mayoría, permaneció callado, maravilló a Pilato con su sabiduría. El gobernador no halló falta en Él. ¿Eres tú rey?, preguntó. Jesús dijo:

“Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz (Juan 18:37)”.

‘Lo castigaré y lo soltaré’ (Lucas 23:16). Lacerado, destrozado tuvo que ser. Nuestras maldades lo azotaron. “Como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca (Isaías 53:7)”. Sufrió por causa de nosotros como jamás otro hombre ha sufrido en el mundo. Su sangre se convirtió en el alfombrado del lugar. Con una corona de espinas fue honrado, con fulminantes papirotazos fue amado, con insultos y escupitajos fue tratado. ¡Salve Rey de los judíos! Fue mostrado ante el indolente pueblo, que no conforme con la salvaje golpiza gritaba ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Soltaron a un peligroso ladrón y homicida en vez de soltar a Jesús quien da la vida. Trémulo en dolores, lánguido en fuerzas, miraba al pueblo que iba a salvar queriendo matarlo. Yo los amo como mi Padre me ha amado (Juan 17:23), se decía a sí mismo.

“Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas (Juan 10:11)”.

La Calavera. ¡Terrible nombre para un lugar de gracia! Pilato secándose las manos, veía desde lo alto como era arrastrado Jesús a dicho lugar. Qué pudo hacer este hombre para ser escarnecido y maltratado de esta forma, pensó un Simón de Cirene quien cargaba la pesada cruz tratando de aliviar la carga del Maestro. El camino era interminable, insoportable, mortífero. Las personas podían seguir a Jesús a causa de las huellas de sangre que iba dejando en el camino. Y aunque, al levantar la mirada, podía distinguir a ciertas mujeres llorando por Él, eran escupitajos lo que más recibía. Agotado, pudo ver el lugar donde sería crucificado. La peor de las muertes. Miró al cielo. Esto es por ti, papá, y por ellos.

“En pago de mi amor me han sido adversarios; mas yo oraba (Salmos 109:4)”.

‘No, mi Señor’, suplicaba llorando un Juan, quien le había seguido hasta el fin. Sus extremidades derramaron hasta las últimas gotas de sangre. Clavos oxidados, muerte infame. Fue levantado y, desde lo alto de la cruz, temblando, miraba a quienes iba a salvar. Los amaba. ‘Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz’, le retaban. Puedo, pero no quiero. Vio a … (pon tu nombre) y se alegró. Lo hago por ti. Echaron a suerte sus vestidos, vio que otros dos peligrosos delincuentes se encontraban crucificados también. Uno de ellos le injurió. El otro, arrepentido, creyendo, le dijo: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Jesús, mirándolo amorosamente, contestó: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas 23:43)”. Para eso moría, para la gracia. No tenía que cumplir un requisito, no necesitaba un purgatorio; el ladrón volvió a nacer mientras moría. Entró en la gracia del Señor. Agotado, hecho una llaga entera, los pecados del mundo fueron sobre Él. Lo miraban y no entendían. Consumado es. A gran voz, clamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lucas 23:46)”. Expiró.

“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)… (Efesios 2:4,5)”.

Juan lloraba, vio a su maestro derramar su sangre por la humanidad, aun no entendía pero se sintió de manera diferente. ¿Todo terminó? No, todo acaba de empezar. Recordó a Jesús en una de sus últimas charlas, recordó el mandamiento que le había dejado: “Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos (Juan 15:12,13)”. Gracias, amigo, se dijo. De pronto, todo oscureció…

jueves, 8 de noviembre de 2007

Nada importa...

Cuán difícil es ser embajador de Cristo. Lo sé, es fabuloso habitar en Su presencia. Su amor, Su perdón, Su gracia, Su espíritu… ahí debería terminar todo ¿no? Pero no es así. Los problemas vienen, las acusaciones zumban en nuestra mente, el pasado condena sin piedad, la vida simplemente es imperfecta.

“Como el ciervo brama por las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía (Salmos 42:1)”.

Es así como me sentía un día. Abandonado, condenado por el enemigo, muerto. Llegaba a la universidad, sin ánimos, huyendo de mi Señor, tenía miedo encararlo y decirle que lo amo. Perdóname, perdóname, mi corazón imploraba. Sentí Su voz decirme ‘búscame’. Tengo examen, más tarde, dije sollozando. El examen, gracias a Dios y lecturas madrugadoras, estuvo bueno. Salí antes de tiempo. Sentí en mi corazón hambre de mi Señor. Te quiero ver, papá.

“Porque Dios ha dicho: Nunca te dejaré, jamás te abandonaré (Hebreos 13:5)”.

Le creí. Recuerdo que una amiga me dijo que si ‘todo fuera fácil, estaríamos en el cielo’. Estuve mucho tiempo en tregua, con ciertas invasiones, pero todo controlable. Mis armas se oxidaban y yo seguía envuelto en el manto de la gracia. Tocaba batallar y me dio flojera (para variar). Me vi débil, desgastado. Abatido. Busqué un lugar propicio para encontrarme con mi Señor, pues mi corazón estallaba y no podía esperar a llegar a casa. ¡Qué difícil tarea encontrar un lugar a solas en la uni! Seguía buscando, era tarde, todos iban a casa a calentarse. Y no encontraba un lugar. Busqué en el último piso de Z, esta vez había un grupo de jóvenes fumando. Rayos.

‘¡No renuncié al mundo para esto! Te necesito y voy a buscarte, no importa cuánto me cueste’, dije confiando en mis palabras porque mi mente anhelaba mandar todo a volar y volver a mis andanzas supuestamente felices pero completamente vacías. Encontré un lugar. Me senté y con un frío asesino empecé a orar, a buscar a Dios. Me di cuenta de que lo que, en mi humanidad, planeo no está a la altura de los pensamientos de Dios. Que mis faltas no están a la altura de Su misericordia. Que mis problemas no están a la altura de Su gracia. Empecé a rogarle Su perdón y Su abrazo. El Señor me restauró, fueron minutos impresionantes. No les cuento todo pues es inefable y de hecho que muchos de ustedes lo saben. Reconocí que no soy nadie sin Él. Que Su fidelidad es lo mas encomiable en el mundo. Que nada importa… si no estamos con Él

Nada te podrá separar del amor de Cristo, tenlo por seguro. Recuerda la oración del Maestro para nosotros antes de Su muerte. Me ayudó (y ayuda) mucho en tiempos de aflicción. Jesús le dijo a Su padre:
“No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal (Juan 17:15)”

No somos del mundo, es nuestro campo de batalla. Y Jesús es el Rey por quien batallamos.

martes, 6 de noviembre de 2007

JC: Amor y obediencia (Parte I)

Todo era tan confuso. Su alma inquieta. Sentía que la Luz se apagaba y no podía desaprovecharla pues nunca lo había hecho. Nadie quería estar al lado del Maestro como Él. O si bien, todos querían estar a Su lado, Él luchaba con todas sus fuerzas por ser el primero. Nada había cambiado para entonces. Había visto el milagro de la vida, era salvo, creyó. Pero de sus entrañas algo se desarraigaba, se desmoronaba en vida. Le había escuchado mil veces hablar acerca de lo que sucedería. Esta tarde es muy diferente. Las palabras de su amado son distintas ahora, Su voz cambia, pero no Su firmeza. Y son tan hermosos esos pasajes que no quiere despertar. Espero recordarlas, dice. Tantos versos de vida hicieron que pareciese que estaba en el cielo. Me voy contigo, Maestro, titubeaba.

–Vuestra tristeza se convertirá en gozo… (Juan 16:20)

Quería llorar, no sabía por qué. Escuchaba ‘muerte’ y ‘vida’ meneándole ansiosamente los oídos. Maestro, ayúdame, suplicaba en la mente. Jesús le miraba con el amor desde que lo vio por primera vez y le dijo: Sígueme. Han sido los tres mejores años de mi vida, decía. Te amo, te amo, te amo. Sus hermanos estaban ansiosos también. Pero el amor abundaba en la febril habitación. Sentían todos que el milagro más grande estaba por ocurrir. Sabían que con el Maestro era todo posible. Juan, el amado, seguía inquieto. Todo lo que conocía, lo que había visto iba a cambiar de manera impresionante; el rumbo del mundo –si existía alguno- se vería desproporcionado con la magnitud del evento a producirse. De pronto, una estocada en su corazón le atravesó el alma. No quiero, no quiero. ¿Cómo puede ser?

-Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre. (Juan 16:28)

Escuchó a uno de sus hermanos decir que ahora sí entendía, que Jesús sabía todas las cosas. Ciertamente, él también entendía a su Maestro claramente. Tuvo muchas fuerzas. Aún así no quería desprenderse de su amado. No puede ser. He encontrado la vida y ahora se me va. Llegó la hora. Él sabía que nada se iba a comparar con el gran momento que toda la tierra atestiguaría. Lo que sucedería abriría sus ojos para siempre, y los de toda la humanidad. No tenía por qué extrañarle. Recordó, entonces, cuando Jesús les dijo: Os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer (Juan 15:15). Era su amigo. Vamos, era su mejor amigo. Quiero estar a tu lado siempre, Maestro, se volvía a repetir. Nuevamente recuerda, como fulminantes dardos de amor atravesándole la mente, cuando Jesús le dijo: Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor (Juan 15:10). Tenía la clave, entonces. Al parecer sus hermanos también lo entendieron a pesar de la bruma onerosa. Los discípulos, finalmente, recordaron a su amado cuando estando en la barca temieron, para luego estallar en felicidad y gozo al ver al ser más poderoso del mundo: Jesús. El Maestro concluyó:

-Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo (Juan 16:33).

‘¡Jesús! Ya te conocemos, confiamos en ti, Maestro’ Se pareció escuchar silenciosamente siseando en el aire. Jesús tuvo calma. “Los preparé, me toca a mí”…

jueves, 1 de noviembre de 2007

Testimonio: Pablo Olivares

Les invito a ser testigos del amor del Señor en la vida de sus hijos. La historia que aparece en estos dos videos (continuados) es la de un ex-metalero, quien hizo un pacto con el diablo y fue rescatado por la gracia del Señor Jesucristo. Disfruten de uno de los milagros del Señor.





Jesus dijo: "Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas (Juan 12:46)".

martes, 30 de octubre de 2007

The fellowship of the cross

Me parece oportuno agradecer a muchas personas que, estratégica y amorosamente, el Padre Celestial ha puesto en mi vida. Estoy seguro que Su amor se manifiesta en ellos de manera impresionante. En mi debilidad, en mis horas de lucha, en tribulaciones, lo sé, tengo al mejor aliado en el campo de batalla y peleo por Él y a Su lado. Siento a Jesús dando la estocada final al enemigo pues cargo la bandera carmesí que representa la victoria eterna de mi Señor en la cruz. Pero, a veces, cuando me siento peón o escudero, necesito de mis finos caballeros andantes (en realidad, siempre los encuentro ahí). Estos caballeros de élite, se transforman en el bastón que mi cuerpo y mi desgastada armadura necesitan. Dios me empuja a Su obra a través ellos.

Valientes. Amantes de la verdad. Ángeles del Señor. Así son mis amigos. Nobles en batalla, simples en abrazos y comprensión. Son los bandidos de sonrisas. En hambrunas los encuentro y en fiestas celestiales ahí están. Batallando en oraciones. Grandes danzantes del Señor. Saben que cuentan conmigo, aunque mi humilde ayuda se base en el empujoncito hacia Dios, así como me empujaron a mí. Bellos hermanos. Hijos de Dios. Cuando estoy con nuevas armaduras y armas que Dios forja en gracia saben que los puedo llevar de la mano. Los amo. Dios los cruzó en mi camino para amarlos. Aunque aritméticamente sean pocos, ellos me bastan para vencer al enemigo y sus millones de ingenuos atacantes.

Todos perfectos, todos glorificados en Jesús. Libres del mal, santificados en la verdad. Si hay algo de lo que puedo jactarme es de mis amigos. Tengo a los mejores. Me alegran el día con Palabra de Dios, con consuelo espiritual, con incansables oraciones, con sonrisas desinteresadas, con reprensiones, con miradas honestas, con su testimonio, con el hecho de que se acerquen a Dios. Me doy por ellos y ellos por mí. Nadie como ellos se tomaron en serio las palabras del Maestro: “Que os améis unos a otros, como yo [, Jesús,] os he amado (Juan 15:12)”. Disfruto de su compañía y camaradería. Confío en ellos y ellos en mí. La sinceridad es real en esa comunión. Y… en ocasiones, medito: ¡cuánto me aguantan éstos!

“Mejores son dos que uno: porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! … y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto (Eclesiastés 4:9-12)”.

Dios me abraza con su abrazo. Dios me habla con sus labios. Príncipes, luces andantes. Como un padre espiritual me acoge y abraza, como soporte y tréboles de amor me habla. Con luz de miradas, con paciencia y consistencia me busca los dulces domingos. Con el armamento barroco de una medieval guerrera espiritual me bendice con versos del Señor. Con el testimonio del amor divino, me ayuda a seguir corriendo. Con la pasión infantil y humildad me escucha hablar del Padre, y me apasiona más por Él. Bendición de Dios, cuando olvidé a mi Señor, mi tierno acompañante. Me pierdo nuevamente en los favores de mi Padre del cielo, esta vez al hablar de mis amigos. No hay temor en perderlos, porque primero pierdo yo antes que ellos. “El ungüento y el perfume alegran el corazón y el cordial consejo del amigo al hombre (Proverbios 27:9).”

Gracias mis benditos amigos, y mil gracias, Padre, por éstos. No duden en buscar al sirviente de Dios, los acogeré en gratitud y bondad, y, sobre todo, en el amor del Señor así como ustedes lo hacen. Los amo. Es hora de batallar, al parecer. Afilen armas, sigamos la victoria, mi ejército.

“Si los sirios pudieren más que yo, tú me ayudarás; y si los hijos de Amón pudieren más que tú, yo te daré ayuda. Esfuérzate y esforcémonos por nuestro pueblo, y por las ciudades de nuestro Dios; y haga Jehová lo que bien le pareciere (2 Samuel 10:11,12)”

jueves, 25 de octubre de 2007

Mi primer amor

Tan diáfano recuerdo no requiere esfuerzo, estábamos en quietud y en movimiento, en asombro y conocimiento, en amor y pasión. Si algo existía en esos momentos, era el amor del Dios mismo revelándose en la vida de cada uno de mis amigos. La meta, una sola: adorar a Jehová quien nos rescató de toda iniquidad. Ese era en sí, el fin de la célula de los “trebolinos”, aquella inseparable y empalagosa célula que no podía desprenderse de la mano del Señor.

Aquellos fueron tiempos de búsqueda a Dios tremendos. Jamás había sentido el amor del Señor tan de cerca. Diciéndome que me amaba, no porque era el “timoteo” de la célula, sino porque era Su hijo. Recuerdo también que si algo motivaba ese acento del evangelio era Jesús, Su acto de amor y Su ejemplo. Era la piedra fundamental de nuestras vidas. Sentíamos –los líderes y yo- que si hacíamos algo, era por Él. Sentíamos que todo era por amor a Jesús. Todo.

Descubrí orgullo en mí porque me dedicaba mucho a Dios, pero no encontraba recompensa, porque vivía esperándola. Eran tiempos difíciles, reconocía por momentos que algo estaba haciendo mal. Aún así seguía luchando, pero esta vez en mis fuerzas. Sentí cierta pseudo-espiritualidad creciendo en mí, a pesar de que con suavidad, escuchaba en las noches a Dios diciéndome: ¿A quién estás sirviendo, hijito mío?

Me engañé por mucho tiempo. Por un lado, sufría mucho pues tenía problemas bastante grandes que agobiaban mis días. Pero no los solucionaba y así, iba a hablar Su palabra. Debo reconocer que mis oraciones se extendían en largos discursos retóricos llenos de hermosos epítetos, incluso bíblicos pero ninguno desprendido desde el fondo de mi corazón; ninguna súplica de ayuda. No encontraba la paz, el gozo, la alegría que tenía de más pequeño y que tengo ahora por Su gracia. Me di cuenta que servía, a pesar de dedicarle todo a Él, a otro amo, a Carlos Sánchez.

Poco a poco fue desmoronándose mi vida espiritual, mi anhelo, mi pasión por Él. A la par la célula se disolvía, pues como todos, mis hermanos también tenían problemas. Seguía pidiéndole sanidad, restauración, pero mi oración no pasaba el techo de mi cuarto, bueno, así lo sentía. En todo este tiempo, no recordé que el me sostenía de Su mano y yo la apartaba pues creía que podía hacerlo solo. Olvidé estas palabras: "Se han consumido de tristeza mis ojos, mi alma también y mi cuerpo... Mas yo en ti confio, oh Jehová (Salmos 31:9,14)". El resultado: me alejé de Él

Esa fue mi idea, mi solución. 'Le dije, yo no puedo adorar a alguien que no es justo conmigo. Mi único anhelo era servirte, pero no veo ningún resultado.' Terminé el colegio, una vida nueva empezaba, una vida de satisfacción, de alegría, de solución o eso era lo que creía. 'Soy libre', jamás hubo frase más falaz en mis labios. Con mi alejamiento de Dios, "descubrí" muchas cosas, en un principio con el temor santo de su Espíritu advirtiendo, pero poco a poco se iba apagando. Sentía por momentos, que me decía: 'vuelve a mí, te sigo esperando'. Y era realmente incómodo, es decir, no podía “pecar a plenitud”. Si deseaba hacer algo que no le agradaba, simplemente no me salía. Pero seguía intentándolo y, en parte, a “medias”, lo lograba.

Jamás mi corazón se endureció tanto como en ese tiempo. Llegaba muy tarde a casa, de alguna fiesta o reunión y sentía al subir a mi cuarto una sensación realmente irritante. Algo que me decía ‘detente, pídeme, yo te escucho’. Yo cuestionaba: “No me sale nada. Pensé que tú querías que yo fuera feliz. Pero no me das nada. ¿Acaso éste era tu propósito en mi vida?”. La experiencia me sirvió para notar mi corazón confundido y obstinado, mi rebeldía, mi amor apagándose y mi debilidad. Así transcurrieron mis noches, Dios hablando, yo negando. Yo, con las mismas palabras: “Si vas a hacer algo, hazlo” y dormía intranquilo, con la serenidad a mil años luz de mí. Esa fue mi vida sin Él, vacía, triste, sola.

Luego de mi encuentro con Él, le pregunté mientras oraba, ¿Qué pasó, Señor mío? ¿Qué me ocurrió en ese entonces? ¿Por qué pretendí encontrar algo mejor que a ti? Y Él me respondió: “Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado. Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor (Apocalipsis 2:2-4)”.

Me quebré totalmente. Le di mi gratitud por haberme abierto los ojos. Y es que era cierto. Estaba trabajando por amor “de” Su nombre. Estaba dedicándole mi vida a un título que desconocía. “De” un nombre que conocía bien a quien pertenecía, pero era sólo eso. Olvidé que adorar a Jesús es hacerlo por amor “a” su nombre. Por amor a Su amor. Por amor al acto más precioso que hubo. Por amor a Él. Busqué dones, espiritualidad, etc. pero olvidé que si no fuera por Jesús no existiría nada de eso. Olvide mi primer amor, a Jesús, por quien supuestamente actuaba. Olvidé al amor de mi vida.

El Señor me sanó ese día, lloré mucho pues había desperdiciado mucho tiempo y, sobre todo, le había fallado, además mi vida era horrible. Me vi haciendo todo vistiendo un polo con un estampado que decía JESUS, cuando Él me decía: '¡Hijo, aquí estoy a tu lado!, si deseas hablar de mí, preséntamelos y yo me haré cargo'. Es verdad, servimos a una causa, pero la diferencia es que esta causa vive. Jamás sentí tan real a Jesús en mi vida. En esa encrucijada, las palabras que diferenciaron esa noche de las demás, fueron: “Si vas a hacer algo, hazlo; pero Señor, ahora sí estoy dispuesto a oírte, porque no puedo hacer nada sin tu ayuda”. Y me abrazó, me dijo, ovejita, ven a mí, “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano (Juan 10:27,28)”.

El me había dicho: “No te desampararé, ni te dejaré (Hebreos 13:5)” y yo lo había olvidado. Ahora no hay otro motivo de mi adoración que Él, Su perdón fue lo más grande que experimenté, Su gracia se volvió real en mi vida. Su amor es todo. Jesus es el primer amor. Jesús dijo: “Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor (Juan 12:26)”. Más adelante dice: “… porque separados de mí nada podéis hacer (Juan 15:5)”. Si Dios tiene un plan para ti, el pone el pie primero, no tú. Y con esa convicción y confianza hay victoria. En ocasiones veo desiertos y antes de desesperar, confío en Él, Él no defrauda.

Y es verdad, como me dijo un gran amigo y siervo de Dios cuando le preguntaba ¿cómo saber si lo hago (cualquier cosa) en mis fuerzas?: “Porque en tus fuerzas no dura”. Ahora he creado una dependencia con Él. No puedo nada solo. Esa voz, ese aliento no cesará nunca desde el día en que hemos creído. Estamos “condenados” a Su libertad. “Condenados” a Su amor. ¡Qué bonita condenación!

¡Regresa! “Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido en misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó… [mi amado] era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado (Lucas 15:20,32)”.

domingo, 21 de octubre de 2007

¿La muerte?

Al decidir seguir a Cristo, morir a uno mismo y vivir en Él, la persona trasciende a niveles inimaginables. Quizás, a veces, imperceptibles por uno mismo. Como pude decirle a una amiga: El recibir a Jesús y experimentar Su amor no es el fin de todo (aunque, en ciertas ocasiones parezca así, pues en el deleite de la salvación percibimos una paz totalmente indescriptible), es el inicio de una vida de bendiciones, una vida con Él.

Quizás, en ciertos momentos, se pueda dudar del amor del cual fuimos protagonistas y todo por una "cualidad" (siendo condescendiente con el término) que, a pesar de abstracta, nos acompaña todo el tiempo: el pecado. Y en una concepción casi fulminante que la Palabra de Dios nos da acerca de éste, podemos entristecer, "... la paga del pecado es muerte (Rom. 6:23)". ¡Qué tenebroso suena eso! La muerte. Cómo escapar de la muerte, en la que hemos vivido siempre, cómo ser libre, cómo puedo librarme de todo eso. Tú no puedes, yo no puedo, nadie puede librarse por sí solo. Ya existió la obra perfecta de libertad. Ya existió la muestra de amor más grande, acaso increíble en este mundo. Es cierto, te sientes amado, pero sin la cruz simplemente nada tendría sentido. "Mas Dios muestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom. 5:8)".

La sangre de Jesús es prueba de que eres amado. ¿Y con respecto a la "muerte"? Jesús, con aires didácticos y pedagógicos como el gran Maestro que es, nos dice: "El que oye mi palabra, ...(Juan 5:24A)", con esto hace referencia a la palabra que sólo encontramos en la Biblia (único documento que certifica a Jesús), además nos menciona luego: "que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte (Juan 8:51)". No creo que haya palabra más clara. La muerte se vuelva nada con Él, sigamos...

"...y cree al que me envió... (Juan 5:24B)", es decir, la obra del Padre, de conocer a Jesús. ¿Qué significa creerle a Dios? Dijo Jesús: "...y el Padre que me envió da testimonio de mí (Juan 8:18)" para luego decir "...si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais (Juan 8:19)". La obra de Dios es que creamos en quien Él a enviado: Jesús (Juan 6:29), para luego disfrutar de Su promesa...

"...tiene vida eterna;... (Juan 5:24C)", basándonos en la autoridad de Su palabra, podemos confiar que tenemos vida eterna, salvación. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a u Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas enga vida eterna (Juan 3:16)", repita con firmeza, como un hijo de Dios estas palabras y créalo con todo su corazón, continuemos...

"... y no vendrá a condenación,... (Juan 5:24D)", con esto el Señor nos hace una de las mejores promesas y de las que como cristiano, personalmente, disfruto mucho. Nos libra de todo mal, como al decirle a la mujer adultera, que encontró la sanidad de Jesús, a pesar de su "estado" -en nuestro mundo- totalmente condenable, "Ni yo te condeno [mi amada]; vete, y no peques más (Juan 8:11)". Porque además, "no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él (Juan 3:17)". ¿Algo más?, claro, con Dios nada se agota...

"...mas ha pasado de muerte a vida (Juan 5:24E)", ¿Y la muerte? Pues cómo podriamos, amado hermano(a), vivir en la muerte si Jesús, la vida, nos ha restaurado. Nos ha amado. ¿Cómo no amarle? El amor, es el don perfecto de Dios. Muchas veces me preguntan, por qué los cristianos no toman o fuman, o por qué, simplemente, te cohibes de hacer mil cosas que causan placer. No sé responder (a pesar de que todos sus mandamientos se encuentran perfectamente descritas en Su palabra). Pienso, digo "porque Lo amo". Si Dios me ha librado de la muerte ¿por qué no he de hacerle caso? Creer en Jesús es vivir.

Repasando el abecedario que me ha sido necesario crear, en conjunto ahora, en Juan 5:24, nos dice Jesús: "De cierto de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida".

Recuerde, no mire su propia debilidad, ponga la confianza en Dios, sólo Él pude ayudarle, porque "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo [pecador], mas vive Cristo en mí (Galatas 2:20)".

martes, 16 de octubre de 2007

Nunca estarás solo(a)

Cuando me invade la culpabilidad y mi mente contradice a mi corazón, pues la muerte atraviesa paseando por mis ojos. Cuando me seduce el mundo que he dejado atrás y Tu sangre se convierte en mi alfombra. Cuando no resisto la vergüenza. Es ahí, que mis labios mencionan Tu nombre, con miedo, con tristeza, con derrota en los titulares.

Cuando la restauración se asemeja a espejismos lejanos. Cuando Tu voz santa calla forzosamente en derrota por mis oídos. Cuando no he logrado vencer porque olvidé mi ejército completo y la causa de mi pelea. Es ahí, cuando me siento insignificante, derrotado, solo y no merecedor del apellido que me has otorgado.

Cuando enloquece mi vida porque no he representado mi herencia. Cuando no logro levantar la mirada porque está débil como mi cuerpo tullido, trémulo de frío. Cuando quiero morir de nuevo y volver a Getsemaní a ver Tu amor. Es ahí, cuando Tu voz seduce mis ánimos.

Cuando no resisto el silencio de mi entorno. Cuando he perdido el control de mi vida y quiero depender y vivir de ti. Cuando siento Tu mirada sin condenación alguna, con el amor tatuado. Es ahí, cuando mi corazón te reconoce y no se cansa de verte.

Cuando necesito Tu perdón, Tu abrazo, Tu canción. Cuando miro al vacío y ahí te encuentro. Cuando la tempestad me empuja a Tu refugio. Es ahí, que me sorprende Tu incomprensible amor.

Cuando mis vidrios comprometen mi alma. Cuando renuncio a mi existencia. Cuando no quiero pasar un segundo sin Tu presencia. Es ahí, que reconozco y canto Tu amor.

Cuando no puedo encontrar otro lugar mejor, es ahí, en donde quiero morar.

De pronto, nace nuevamente Tu promesa, Tu paciencia y Tu ternura, diciéndome: “Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; […], estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé (Josué 1:5)”.

Y yo respondo: Papá, te amo.

martes, 9 de octubre de 2007

La cercanía de Dios (Juan 9)

El hombre más hermoso del mundo, la vida andante, la buena nueva personificada, andaba con doce neófitos hambrientos de pasión por Él. Al estar Jesús caminando, de pronto, ve a un ciego de nacimiento. Los seres humanos, todos, nacemos ciegos. La condición de ciego la tenemos porque, al pecar Adán, "la muerte pasó a todos los hombres (Rom 5:12)". Esa ceguera nos aleja del Padre, pues esclavos del pecado fuimos; sin embargo, la justicia y la gracia de Jesucristo nos devuelve la vida. Esa noticia, ese pacto del Dios vivo, debe ser real en nuestras vidas. Además de saberlo, y tenerlo en mente, debemos vivirlo "Porque en cuanto (Jesús) murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuando vive, para Dios vive (Rom 6:10)". El punto es que, este ciego, aún no había "visto" a Jesús morir.

"¿Quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? (Juan 9:2)". Fue la precoz e inocente pregunta de sus discípulos. Definitivamente, era culpa de alguien ¿no? Cualquiera, en sus cabales, no podría afirmar que no hubo algún pecado para esa maldición. ¿Has pecado, como para ser ciego desde... siempre? ¿Acaso cometiste alguna falta en el vientre de tu madre, para pagarlo en menos de nueve meses? Jesús contestó: "No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él (Juan 9:3)". Eso te dice Jesús. Las obras de Dios, mi Padre, se manifestarán en ti. Anteriormente, Jesús había dicho "Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado (Juan 6:29)". El ciego estaba a punto de encontrarse con el propósito del mismo Dios, por medio de Jesús. Igual con nosotros, a pesar de ciegos, tenemos la obra de Dios como fin. Un encuentro con el Padre.

Jesús dijo: "El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida (Juan 5:24)". Nótese que se refiere a lo mismo, cuando menciona la obra de Dios. Ese es el milagro que quiere Dios para tu vida. Luego, Jesús escupió en tierra, hizo lodo con la saliva y la untó sobre los ojos del ciego; le dijo: ve a lavarte, éste lo hizo, y regresó viendo. Así, somos nosotros sanados y abrimos los ojos cuando recibimos a Cristo. Pero luego, viene la confrontación...

Hubo -luego de que los fariseos preguntarán al ciego quién le había sanado y cómo lo había hecho, y éste contestara que Jesús lo sanó- disensión, entre quienes creían que Jesús era "el Profeta" y los fariseos, quienes decían "ese hombre no proviene de Dios (Juan 9:16)". A tal punto llegó esa incredulidad que acudieron a los padres del ciego a preguntarles si realmente era ciego, les preguntaron cómo puede ver ahora. Sus padres dijeron: "Edad tiene, preguntádle a él (Juan 9:23)". Esta respuesta se debía al temor que sentían sus padres, porque "los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga (Juan 9:22)". Esta respuesta, sin embargo, es la prueba que Dios demanda luego de darnos vida. ¿Qué tanta "edad" tenemos para declarar a nuestro Sanador, a nuestro Salvador?

¿Cómo te abrió los ojos? "Ya os lo he dicho, y no habéis querido oír (Juan 9:27)" Los fariseos, de inmediato le injuriaron diciéndole: "Nosotros somos discípulos de Moises (no de Jesús). Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés; pero respecto a ése (Jesús), no sabemos de dónde sea. (Juan 9:28,29)" Al mencionar esto, ellos habían mecanizado la palabra de Dios, no estuvieron atentos a las profecías que anunciaban que vendría un Mesías a salvar a la humanidad. Y lo peor de todo, habían hecho de Dios una religión. No podían ver. Vivían en la Casa de Dios, pero no habitaban con Él. Se ocultaban en sus conocimientos de Dios, cuando estaba ciegos del Dios verdadero. No conocían al Dios verdadero, pues no habían creído en Jesús, su hijo. No pudieron dejarse amar.

Respondió quien había sido ciego "Pues esto es lo maravilloso, que vosotros no sepaís de dónde sea, y a mí me abrió los ojos [...] si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye [...] no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego (Juan 9:30-32)". Finalmente, en su convicción declaró, firme y valiente, ante la autoridad del lugar, ante los "voceros" de Dios, "Si éste (Jesús) no viniera de Dios, nada podría hacer (Juan 9:33)". ¿Es así de fuerte nuestra fe, que en medio de la angustia, de la presión, de un lugar con enemigos que están sólo para hacerte caer, podamos declarar con firmeza que creemos en el Dios verdadero? El hombre lo hizo, pues supo que Jesús era el Salvador. Creyó, a pesar de las palabras de los sacerdotes y sus amenazas y condenación. Vivió el regalo de Dios. No sólo sus ojos físicos fueron abiertos, sino su "alma", fue capaz de reconocer a Jesus como Dios.

Lo condenaron de nuevo, lo expulsaron, le dijeron: "Tú naciste del todo en pecado ¿y nos enseñas a nosotros? (Juan 9:34)". Ni la condenación, ni la soberbia, ni la expulsión de los fariseos pudo contra la felicidad que vivía ese hombre. Pues el que ve a Dios, cambia totalmente. Consiguió la victoria.

Jesús, al saber que le habían expulsado, lo buscó y le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? Le respondió él y dijo: ¿Quién es? Jesús le dijo: Yo soy. "Y él dijo: Creo Señor...(Juan 9:38A)". Jesús mismo lo confrontó luego y el hombre creyó. En ese momento, ya se había encontrado con el Padre. Jesús dijo "Si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais (Juan 8:19)". En ese momento, me imagino que el hombre era el más feliz del mundo; en ese día había encontrado la sanidad, el sentido a su vida, había encontrado al Salvador del mundo y conocía a Dios, aún sin saber las leyes de las que se jactaban los sacerdotes judíos.

"... y le adoró (Juan 9:38B)". No podía callar lo maravilloso de su día. De su encuentro con Jesús. Le adoro al ser más amado. Le adoró por amarlo. Consiguió la felicidad. Finalmente, Jesús dijo: "Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que (supuestamente) ven, sean cegados (Juan 9:39)".

Dios quiere encontrarse con nosotros. Abre tus ojos a la luz de Cristo. Deja la ceguera, así como el hombre que fue creado para que se manifieste en él la obra de Dios. Así, Dios tiene un propósito para nuestras vidas. Reconoce que Jesús es tu Salvador. A Jesús no le importó si el hombre conocía del Padre superficialmente como los fariseos. Jesús cumplió su propósito en esa vida, porque el hombre creyó. Y creyó maravillado, no a medias. Adoró a Dios, pues ya lo conocía y podía hacerlo con libertad. Dios viene por los humildes de corazón, para que los que no ven, vean. Sólo en transparencia, luego de creer en Jesucristo, podrás encontrarte con el Padre. Y es totalmente maravilloso.

Bendiciones.

lunes, 8 de octubre de 2007

Tú eres mi tesoro*



Correspóndele a Su amor. Sé feliz. Jesús le dijo a su padre: "Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado (Juan 17:23)".

*Video de www.fathersloveletter.com

viernes, 5 de octubre de 2007

A toda criatura

Cuando me encontraba hablando con un buen amigo sobre la bondad del Señor en nuestras vidas, logré percibir una sensación totalmente extraña. En una fotografía de toma aérea, nos vi hablando, y me vi, en cierto modo, convenciendo (o tratando de hacerlo). Por supuesto, cualquiera podría mencionar que dicha persuasión era totalmente, digamos, sana. Pero, muchos, perciben el cuadro de una manera distinta. Un fanatismo como panel de la foto.

Sentí, en mi corazón decirle que no hablo por mí mismo, ni para favorecerme. No hablo de una credencial, ni le explico las condiciones de membresía. Definitivamente, no quiero hacerlo ser parte de una institución. En otras palabras: No quiero que seas de mi religión. Entonces, ¿cuál era mi intención?

Logré rescatar, gracias a Dios, aquello que atizaba esa motivación por hablar de Jesús. Era fácil, era sencillo, era Él. Mencioné a mi amigo que lo quería mucho, y me dije a mí mismo, pero amo más a Dios. E, incluso, gracias a Él, puedo amarlo. Recordé entonces este pasaje: "...amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios [...] Porque Dios es amor (1era Juan 4:7)". Me di cuenta de que si amaba a alguien, ahora lo amo más, porque soy de Dios. Y si hablo de Cristo es porque quiero que mis amigos conozcan la verdadera vida, y, por supuesto, porque amo a Dios y creo en Su palabra. Y le agradezco por prestarme tan buenos amigos -y familia-, porque ellos son (o serán) de Él.

Juan el bautista, anticipó ese hambre que tengo por hablar y no callar su gracia: "El que recibe su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz (Juan 3:33)". Los cristianos creemos firmemente que "...no puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo (Juan 3:27)". Nosotros, los hijos de Dios, no podemos callar su bondad y su favor. Dios pone palabras en nuestra boca. Incluso, este blog, mantiene esa motivación. Definitivamente, no lo hago en mis fuerzas porque no duraría ni un segundo. Lo hago por y para Él.

"Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable (1era Pedro 2:9)". Amigos, hermanos, amados, les animo a cumplir esta preciosa promesa. Si no lo hacemos, entonces quién lo hará. También poseemos un arma poderosa para nuestros seres queridos: la oración, a medida que intercedamos por otras personas, Dios nos da más compasión.

Dios nos llama a anunciar sus virtudes a toda criatura. Empecemos por quienes más amamos. Lo hacemos para Él, para Su gloria.

martes, 2 de octubre de 2007

Si mi corazón hablara

Hace un par de semanas asistí a un recital de piano, en el que una muy buena amiga iba a cantar -obviamente, éste no era sólo instrumental- que tenía por tema "Canciones del recuerdo" (o algo así). Cumplió su cometido; me vi envuelto en evocaciones momentáneas, algunas gratas, otras no tanto. Y es que a mi manera, un amigo, en todo camino y jornada está siempre conmigo, etc. El recital estuvo bueno, fue complementado con ciertas "sorpresas", a mi parecer, predecibles (menos el mimo, que quedamente y, con brusquedad, animó el intermedio del recital) pero peculiares. Entre las peculiaridades se encontraba mi amiga, quien cantó con su primo las composiciones de este. Las butacas flotaron en un facsímil bien realizado, bajos y altos combinados, canciones como "Cómo no creer en Dios", el tributo a Luciano con su "O sole mio" eterno, etc.

Logré rescatar, entre las canciones, una , mejor dicho, un título: "Si mi/el corazón hablara". Al instante empecé a viajar entre frases rasas, verosímiles, totalmente sustraídas de mi corazón. Con un diálogo desordenado, comenzó la construcción de mi identidad, de un gozo. ¿Qué le diría mi corazón a Jesús si tuviera la capacidad de expresarse?

- Si mi corazón hablara te diría que eres la vida que siempre he querido llevar.

- Si mi corazón hablara te diría que te amo tanto que la capacidad humana de amar no encuentra sentido en palabras.

- Si mi corazón hablara te diría que tu refugio en momentos tristes, difíciles y de tormenta, llena mi vida.

- Si mi corazón hablara te diría que eres la fortaleza que me protege de todo mal y me salva de mil peligros.

- Si mi corazón hablara te diría que no quiero despertar nunca de tu realidad, que eres más real que yo.

- Si mi corazón hablara te diría que te quiero alegrar y agradar todos los días y que tengas complacencia en mí.

- Si mi corazón hablara te diría que me haces jugar con la ternura de un padre original.

- Si mi corazón hablara te diría que eres mi alimento diario, que muero si paso un día sin ti.

- Si mi corazón hablara te diría que te quiero conocer más y más, y que tu presencia me acompañe siempre.

- Si mi corazón hablara te diría que tu sangre fue el regalo más precioso que he recibido, que no tiene precio.

- Si mi corazón hablara te diría que no entiendo tu amor, pero quiero seguir siendo amado.

- Si mi corazón hablara te diría que no te merezco, pero mi alma, mi vida, mi espíritu te anhela más que a nada.

- Si mi corazón hablara te diría que me entrego como una ofrenda de amor y te amo más por aceptarme en tu mesa.

- Si mi corazón hablara te diría que de Nazareth salió lo más bello del mundo, que no tienes comparación.

- Si mi corazón hablara te diría que eres mi esperanza, mi pronto auxilio, mi complemento.

- Si mi corazón hablara te diría que no quiero recibir nada que no provenga de ti.

- Si mi corazón hablara te diría que eres santo, poderoso, majestuoso y soy la niña de tu ojos, hijo del mejor padre.

- Si mi corazón hablara te diría que ya no tengo sed, porque por ti corren ríos de agua viva en mi ser.

- Si mi corazón hablara te diría que por ti no tengo condenación, ni hay verguenza en mi ser porque diste tu vida por mí.

- Si mi corazón hablara te diría que no puedo dar un paso en mi vida si no estás conmigo.

- Si mi corazón hablara te diría que toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que eres el Señor.

- Si mi corazón hablara te diría que eres, simplemente, lo mejor que he podido encontrar, que te amo.

Eres mi vida, mi mayor anhelo, en tí las palabras se definen por la inexpresividad. Tu amor es inefable y fallo en el intento de describir lo que siento por ti. Te amo mi Señor.

"Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Juan 8:12)".


jueves, 27 de septiembre de 2007

Hijos de Dios

En su ministerio, Jesús nos instruyó de mil maneras, su propósito fue cumplir la voluntad de Dios Padre: "que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna... (Juan 6:40)", Jesus mismo dijo que su comida fue (y es) que se haga la voluntad del que Le envió. Sin embargo, hay posibilidades de interpretación -según muchos estudiosos de la Palabra, o teólogos- en donde caben mil posibilidades del verdadero mensaje de Dios.
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Es, en su mayor medida, inimaginable que un padre mande a su hijo a morir por otros. No obstante, es imaginable que Dios lo haya hecho, porque Él no es hombre, Él no piensa como nosotros. Si Dios Padre lo hizo fue para mostrarnos Su gran amor. Para decirte: Te amo tanto que he enviado a mi Hijo para que tú seas libre. En mi búsqueda a Dios, puedo resaltar maravillado que Él me moldea, me instruye, me engríe y me muestra desde los principios más básicos que me ama. No pude evitar alegrarme tanto al leer un versículo, supuestamente trillado (que esuchaba a cada rato), pero completamente sustancial. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16)".
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Y para las personas que buscan palabra directa, pues adivinen, Dios la tiene. Lean con atención lo que Jesus dice, "De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna (Juan 6:47)". ¿Debo agregar algo más? o, quizás ¿alguien pueda añadir alguna interpretación? Y otra excelentísima noticia es que, luego de este paso, recibimos la adopción de hijos. Ya somos hijos de Dios si creemos en Jesús y le recibimos en nuestro corazón. ¿No es maravilloso eso? Se dice de Jesús en Juan 1:12,13: "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de volunta de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios". Y como hijos, podemos acercarnos a Su presencia.
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La fe en Jesús resulta en vida eterna desde el momento que uno cree. Si creemos tenemos vida eterna. Él se encuentra llamándote ahora, no le hagas esperar.

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