jueves, 13 de diciembre de 2007

JC: Vida y libertad (parte 3)

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‘¿Qué sucede?, ¿qué ha pasado?’, preguntaban los que habían presenciado el último hálito de vida del ahora muerto. Juan, al pie de la cruz, levantó la mirada con un fruncimiento de dolor y enrojecidos párpados. ‘Mi Jesús, mi amado’, se sentía libre, no sabía de qué, se sentía ligero, no sabía por qué. El mundo entero sintió que se le había arrebatado algo profundamente arraigado en su ser. Un soldado romano afirmaba el poderío del encaramado rey brutalmente golpeado, paradójicamente recién al verlo muerto en lo alto de la cruz.

“Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres, así asombrará él a muchas naciones; los reyes cerrarán ante él la boca, porque verán lo que nunca les fue contado, y entenderán lo que jamás habían oído (Isaías 52:14,15)”.

La multitud atemorizada solo podía golpearse amargamente el pecho y sacudirse los vestidos asqueados de la peor alevosía cometida. El cielo zozobrante y lóbrego aumentaba el temor. Los suelos estentóreos y temblorosos confundían pisadas entre la gente. Rocas gigantes quebradas. Vacío. Dolor. En algún lugar recóndito, se desataba una terrible batalla de salvación. Mientras, en el desértico ribazo, agua y sangre chorreaba de un costado del cuerpo del Maestro, provocado por una filuda lanza. Una bendita figura, un verso sublime, una metáfora de libertad. Muerto Jesús, el velo que cubre el tabernáculo de Jehová desde los tiempos de Moisés (Éxodo 26:31-33), en donde sólo podía entrar el sumo sacerdote en representación del pueblo y disfrutar en acciones de gracias la presencia de Dios, se rasgó en dos, de arriba abajo (Mateo 27:51). La prueba de amor sucedió cuando, Jesucristo, hecho hombre, padeció de tentaciones como nosotros, se humilló como siervo y entregó su vida en una cruz para perdonar nuestros pecados y salvarnos de la condenación, además de darnos entrada al trono del Padre con entera libertad.

“…no tenemos sumo sacerdote [Jesús] que no pueda compadecerse de nuestras debilidades… Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (Hebreos 4:15,16)”.

Juan no entendía la mezcla de sentimientos en su mente. Por un lado, quería -sin éxito- odiar a quienes permitieron la muerte de su amado; por el otro, sentía paz, restauración, salvación y amor. Aunque sus ojos miraban un cadáver, su corazón se sentía más vivo que nunca. Jesús, le había dicho que nadie podía quitarle la vida, sino que Él la ponía y tenía poder para volverla a tomar (Juan 10:17). En su humanidad, aún no asimilaba estos versos, pero la esperanza se hacía real por primera vez en su vida. Un augusto varón de Arimatea, miembro del concilio, quien esperaba el reino de Dios, con cierta injerencia fue hacia Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús, quien sorprendido por la rauda muerte del condenado, le concedió su pedido. Un hombre que aprendió a nacer de nuevo (Juan 3), Nicodemo, llegó con aromáticos y excelsos perfumes. Estando el lienzo ya embalsamado, José de Arimatea y Nicodemo, pudieron ver muy acongojados, mientras envolvían a Jesús con la sábana, las enormes llagas en su maltrecho cuerpo.

“… y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:8)”.

Mientras los hombres, seguidos de un grupo de mujeres, iban camino al sepulcro, donde pondrían el cuerpo de Jesús, María, a quien le fue encomendado concebirlo, siguiendo el paso, cavilaba en su mente, tenía la certeza de que Él era el Salvador de la humanidad. Sabía que era el Hijo de Dios, el único redentor, sabía que Jesús era Dios. Pudo entender el propósito de Dios en ella: criar a Su Hijo. Quería alegrarse por ello, pero los mordaces llantos de las mujeres que le acompañaban lo impedían. Elevó una oración al Padre, ‘Jesús, Tu Hijo, tiene un propósito que aún no logro ver. A pesar del inmenso dolor, así como diste Tu bendición para mi vida, espero Tu bendición para el mundo entero. No tengo plenitud por haber amamantado a Tu Hijo, sino por haber oído Tu palabra que es la verdad (Lucas 11:27,28)’.

“Dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá (Juan 11:25)”.

El terrible dolor sobrepasaba los cielos. Los discípulos no podían dar la cara. Las fieles mujeres, mantenían su empeño, hasta el fin, acompañando al Maestro. Sufrientes. Pusieron el cuerpo de Jesús en un sepulcro cercano, pues se acercaba la pascua y debían prepararla. José de Arimatea, hizo rodar una inmensa piedra para tapar el sepulcro y partió. Maria Magdalena y la otra María, se quedaron, esperando, frente al sepulcro. Al siguiente día, ni el temor ni las señales pudieron menguar las acciones de los fariseos, quienes convencidos de haber dado muerte a un embustero, fueron hacia Pilato y le pidieron sellar la piedra y asegurar el sepulcro con un guardia pues aseguraban que las palabras del muerto, ‘Después de tres días resucitaré (Mateo 16:21)’, serían usados por sus discípulos –que robarían el cuerpo– para engañar a más gente. Pilato asintió. Dios Padre, al ver la magnitud de la obra y la obediencia se dijo nuevamente, orgulloso: Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia.

“Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES (Apocalipsis 19:16)”.

Pasados los días de la pascua, el primer día de la semana, María Magdalena, María la madre de Jacobo y Salomé fueron con especias aromáticas para ungir el cuerpo de Jesús. Al ver la piedra removida aunque temieron, imaginaron que algún discípulo se había adelantado. Se acercaron a la pesada piedra. Una de ellas dejó caer el frasco que contenía los perfumes. María Magdalena temblaba. Tantas lágrimas derramadas impedían llorar en ese instante. Rabí, ¿donde estás? Un halo cegador brilló intensamente en la oscura cueva…

1 comentario:

Isa dijo...

¡Qué lindo escrito Calin! y creo que es muy bueno leerlo ahorita que todo mundo celebra -muchos sin saberlo- el nacimiento del que murió en la cruz por amor a nosotros.
Gracias por tan hermosa reflexión.
¡Felicidades de mi parte para ti en esta Navidad y Fin de Año! y el Señor te conceda cosas maravillosas en este 2008, ¡caminando con Él!
Bendiciones.

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