martes, 30 de octubre de 2007

The fellowship of the cross

Me parece oportuno agradecer a muchas personas que, estratégica y amorosamente, el Padre Celestial ha puesto en mi vida. Estoy seguro que Su amor se manifiesta en ellos de manera impresionante. En mi debilidad, en mis horas de lucha, en tribulaciones, lo sé, tengo al mejor aliado en el campo de batalla y peleo por Él y a Su lado. Siento a Jesús dando la estocada final al enemigo pues cargo la bandera carmesí que representa la victoria eterna de mi Señor en la cruz. Pero, a veces, cuando me siento peón o escudero, necesito de mis finos caballeros andantes (en realidad, siempre los encuentro ahí). Estos caballeros de élite, se transforman en el bastón que mi cuerpo y mi desgastada armadura necesitan. Dios me empuja a Su obra a través ellos.

Valientes. Amantes de la verdad. Ángeles del Señor. Así son mis amigos. Nobles en batalla, simples en abrazos y comprensión. Son los bandidos de sonrisas. En hambrunas los encuentro y en fiestas celestiales ahí están. Batallando en oraciones. Grandes danzantes del Señor. Saben que cuentan conmigo, aunque mi humilde ayuda se base en el empujoncito hacia Dios, así como me empujaron a mí. Bellos hermanos. Hijos de Dios. Cuando estoy con nuevas armaduras y armas que Dios forja en gracia saben que los puedo llevar de la mano. Los amo. Dios los cruzó en mi camino para amarlos. Aunque aritméticamente sean pocos, ellos me bastan para vencer al enemigo y sus millones de ingenuos atacantes.

Todos perfectos, todos glorificados en Jesús. Libres del mal, santificados en la verdad. Si hay algo de lo que puedo jactarme es de mis amigos. Tengo a los mejores. Me alegran el día con Palabra de Dios, con consuelo espiritual, con incansables oraciones, con sonrisas desinteresadas, con reprensiones, con miradas honestas, con su testimonio, con el hecho de que se acerquen a Dios. Me doy por ellos y ellos por mí. Nadie como ellos se tomaron en serio las palabras del Maestro: “Que os améis unos a otros, como yo [, Jesús,] os he amado (Juan 15:12)”. Disfruto de su compañía y camaradería. Confío en ellos y ellos en mí. La sinceridad es real en esa comunión. Y… en ocasiones, medito: ¡cuánto me aguantan éstos!

“Mejores son dos que uno: porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! … y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto (Eclesiastés 4:9-12)”.

Dios me abraza con su abrazo. Dios me habla con sus labios. Príncipes, luces andantes. Como un padre espiritual me acoge y abraza, como soporte y tréboles de amor me habla. Con luz de miradas, con paciencia y consistencia me busca los dulces domingos. Con el armamento barroco de una medieval guerrera espiritual me bendice con versos del Señor. Con el testimonio del amor divino, me ayuda a seguir corriendo. Con la pasión infantil y humildad me escucha hablar del Padre, y me apasiona más por Él. Bendición de Dios, cuando olvidé a mi Señor, mi tierno acompañante. Me pierdo nuevamente en los favores de mi Padre del cielo, esta vez al hablar de mis amigos. No hay temor en perderlos, porque primero pierdo yo antes que ellos. “El ungüento y el perfume alegran el corazón y el cordial consejo del amigo al hombre (Proverbios 27:9).”

Gracias mis benditos amigos, y mil gracias, Padre, por éstos. No duden en buscar al sirviente de Dios, los acogeré en gratitud y bondad, y, sobre todo, en el amor del Señor así como ustedes lo hacen. Los amo. Es hora de batallar, al parecer. Afilen armas, sigamos la victoria, mi ejército.

“Si los sirios pudieren más que yo, tú me ayudarás; y si los hijos de Amón pudieren más que tú, yo te daré ayuda. Esfuérzate y esforcémonos por nuestro pueblo, y por las ciudades de nuestro Dios; y haga Jehová lo que bien le pareciere (2 Samuel 10:11,12)”

jueves, 25 de octubre de 2007

Mi primer amor

Tan diáfano recuerdo no requiere esfuerzo, estábamos en quietud y en movimiento, en asombro y conocimiento, en amor y pasión. Si algo existía en esos momentos, era el amor del Dios mismo revelándose en la vida de cada uno de mis amigos. La meta, una sola: adorar a Jehová quien nos rescató de toda iniquidad. Ese era en sí, el fin de la célula de los “trebolinos”, aquella inseparable y empalagosa célula que no podía desprenderse de la mano del Señor.

Aquellos fueron tiempos de búsqueda a Dios tremendos. Jamás había sentido el amor del Señor tan de cerca. Diciéndome que me amaba, no porque era el “timoteo” de la célula, sino porque era Su hijo. Recuerdo también que si algo motivaba ese acento del evangelio era Jesús, Su acto de amor y Su ejemplo. Era la piedra fundamental de nuestras vidas. Sentíamos –los líderes y yo- que si hacíamos algo, era por Él. Sentíamos que todo era por amor a Jesús. Todo.

Descubrí orgullo en mí porque me dedicaba mucho a Dios, pero no encontraba recompensa, porque vivía esperándola. Eran tiempos difíciles, reconocía por momentos que algo estaba haciendo mal. Aún así seguía luchando, pero esta vez en mis fuerzas. Sentí cierta pseudo-espiritualidad creciendo en mí, a pesar de que con suavidad, escuchaba en las noches a Dios diciéndome: ¿A quién estás sirviendo, hijito mío?

Me engañé por mucho tiempo. Por un lado, sufría mucho pues tenía problemas bastante grandes que agobiaban mis días. Pero no los solucionaba y así, iba a hablar Su palabra. Debo reconocer que mis oraciones se extendían en largos discursos retóricos llenos de hermosos epítetos, incluso bíblicos pero ninguno desprendido desde el fondo de mi corazón; ninguna súplica de ayuda. No encontraba la paz, el gozo, la alegría que tenía de más pequeño y que tengo ahora por Su gracia. Me di cuenta que servía, a pesar de dedicarle todo a Él, a otro amo, a Carlos Sánchez.

Poco a poco fue desmoronándose mi vida espiritual, mi anhelo, mi pasión por Él. A la par la célula se disolvía, pues como todos, mis hermanos también tenían problemas. Seguía pidiéndole sanidad, restauración, pero mi oración no pasaba el techo de mi cuarto, bueno, así lo sentía. En todo este tiempo, no recordé que el me sostenía de Su mano y yo la apartaba pues creía que podía hacerlo solo. Olvidé estas palabras: "Se han consumido de tristeza mis ojos, mi alma también y mi cuerpo... Mas yo en ti confio, oh Jehová (Salmos 31:9,14)". El resultado: me alejé de Él

Esa fue mi idea, mi solución. 'Le dije, yo no puedo adorar a alguien que no es justo conmigo. Mi único anhelo era servirte, pero no veo ningún resultado.' Terminé el colegio, una vida nueva empezaba, una vida de satisfacción, de alegría, de solución o eso era lo que creía. 'Soy libre', jamás hubo frase más falaz en mis labios. Con mi alejamiento de Dios, "descubrí" muchas cosas, en un principio con el temor santo de su Espíritu advirtiendo, pero poco a poco se iba apagando. Sentía por momentos, que me decía: 'vuelve a mí, te sigo esperando'. Y era realmente incómodo, es decir, no podía “pecar a plenitud”. Si deseaba hacer algo que no le agradaba, simplemente no me salía. Pero seguía intentándolo y, en parte, a “medias”, lo lograba.

Jamás mi corazón se endureció tanto como en ese tiempo. Llegaba muy tarde a casa, de alguna fiesta o reunión y sentía al subir a mi cuarto una sensación realmente irritante. Algo que me decía ‘detente, pídeme, yo te escucho’. Yo cuestionaba: “No me sale nada. Pensé que tú querías que yo fuera feliz. Pero no me das nada. ¿Acaso éste era tu propósito en mi vida?”. La experiencia me sirvió para notar mi corazón confundido y obstinado, mi rebeldía, mi amor apagándose y mi debilidad. Así transcurrieron mis noches, Dios hablando, yo negando. Yo, con las mismas palabras: “Si vas a hacer algo, hazlo” y dormía intranquilo, con la serenidad a mil años luz de mí. Esa fue mi vida sin Él, vacía, triste, sola.

Luego de mi encuentro con Él, le pregunté mientras oraba, ¿Qué pasó, Señor mío? ¿Qué me ocurrió en ese entonces? ¿Por qué pretendí encontrar algo mejor que a ti? Y Él me respondió: “Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado. Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor (Apocalipsis 2:2-4)”.

Me quebré totalmente. Le di mi gratitud por haberme abierto los ojos. Y es que era cierto. Estaba trabajando por amor “de” Su nombre. Estaba dedicándole mi vida a un título que desconocía. “De” un nombre que conocía bien a quien pertenecía, pero era sólo eso. Olvidé que adorar a Jesús es hacerlo por amor “a” su nombre. Por amor a Su amor. Por amor al acto más precioso que hubo. Por amor a Él. Busqué dones, espiritualidad, etc. pero olvidé que si no fuera por Jesús no existiría nada de eso. Olvide mi primer amor, a Jesús, por quien supuestamente actuaba. Olvidé al amor de mi vida.

El Señor me sanó ese día, lloré mucho pues había desperdiciado mucho tiempo y, sobre todo, le había fallado, además mi vida era horrible. Me vi haciendo todo vistiendo un polo con un estampado que decía JESUS, cuando Él me decía: '¡Hijo, aquí estoy a tu lado!, si deseas hablar de mí, preséntamelos y yo me haré cargo'. Es verdad, servimos a una causa, pero la diferencia es que esta causa vive. Jamás sentí tan real a Jesús en mi vida. En esa encrucijada, las palabras que diferenciaron esa noche de las demás, fueron: “Si vas a hacer algo, hazlo; pero Señor, ahora sí estoy dispuesto a oírte, porque no puedo hacer nada sin tu ayuda”. Y me abrazó, me dijo, ovejita, ven a mí, “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano (Juan 10:27,28)”.

El me había dicho: “No te desampararé, ni te dejaré (Hebreos 13:5)” y yo lo había olvidado. Ahora no hay otro motivo de mi adoración que Él, Su perdón fue lo más grande que experimenté, Su gracia se volvió real en mi vida. Su amor es todo. Jesus es el primer amor. Jesús dijo: “Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor (Juan 12:26)”. Más adelante dice: “… porque separados de mí nada podéis hacer (Juan 15:5)”. Si Dios tiene un plan para ti, el pone el pie primero, no tú. Y con esa convicción y confianza hay victoria. En ocasiones veo desiertos y antes de desesperar, confío en Él, Él no defrauda.

Y es verdad, como me dijo un gran amigo y siervo de Dios cuando le preguntaba ¿cómo saber si lo hago (cualquier cosa) en mis fuerzas?: “Porque en tus fuerzas no dura”. Ahora he creado una dependencia con Él. No puedo nada solo. Esa voz, ese aliento no cesará nunca desde el día en que hemos creído. Estamos “condenados” a Su libertad. “Condenados” a Su amor. ¡Qué bonita condenación!

¡Regresa! “Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido en misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó… [mi amado] era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado (Lucas 15:20,32)”.

domingo, 21 de octubre de 2007

¿La muerte?

Al decidir seguir a Cristo, morir a uno mismo y vivir en Él, la persona trasciende a niveles inimaginables. Quizás, a veces, imperceptibles por uno mismo. Como pude decirle a una amiga: El recibir a Jesús y experimentar Su amor no es el fin de todo (aunque, en ciertas ocasiones parezca así, pues en el deleite de la salvación percibimos una paz totalmente indescriptible), es el inicio de una vida de bendiciones, una vida con Él.

Quizás, en ciertos momentos, se pueda dudar del amor del cual fuimos protagonistas y todo por una "cualidad" (siendo condescendiente con el término) que, a pesar de abstracta, nos acompaña todo el tiempo: el pecado. Y en una concepción casi fulminante que la Palabra de Dios nos da acerca de éste, podemos entristecer, "... la paga del pecado es muerte (Rom. 6:23)". ¡Qué tenebroso suena eso! La muerte. Cómo escapar de la muerte, en la que hemos vivido siempre, cómo ser libre, cómo puedo librarme de todo eso. Tú no puedes, yo no puedo, nadie puede librarse por sí solo. Ya existió la obra perfecta de libertad. Ya existió la muestra de amor más grande, acaso increíble en este mundo. Es cierto, te sientes amado, pero sin la cruz simplemente nada tendría sentido. "Mas Dios muestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom. 5:8)".

La sangre de Jesús es prueba de que eres amado. ¿Y con respecto a la "muerte"? Jesús, con aires didácticos y pedagógicos como el gran Maestro que es, nos dice: "El que oye mi palabra, ...(Juan 5:24A)", con esto hace referencia a la palabra que sólo encontramos en la Biblia (único documento que certifica a Jesús), además nos menciona luego: "que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte (Juan 8:51)". No creo que haya palabra más clara. La muerte se vuelva nada con Él, sigamos...

"...y cree al que me envió... (Juan 5:24B)", es decir, la obra del Padre, de conocer a Jesús. ¿Qué significa creerle a Dios? Dijo Jesús: "...y el Padre que me envió da testimonio de mí (Juan 8:18)" para luego decir "...si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais (Juan 8:19)". La obra de Dios es que creamos en quien Él a enviado: Jesús (Juan 6:29), para luego disfrutar de Su promesa...

"...tiene vida eterna;... (Juan 5:24C)", basándonos en la autoridad de Su palabra, podemos confiar que tenemos vida eterna, salvación. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a u Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas enga vida eterna (Juan 3:16)", repita con firmeza, como un hijo de Dios estas palabras y créalo con todo su corazón, continuemos...

"... y no vendrá a condenación,... (Juan 5:24D)", con esto el Señor nos hace una de las mejores promesas y de las que como cristiano, personalmente, disfruto mucho. Nos libra de todo mal, como al decirle a la mujer adultera, que encontró la sanidad de Jesús, a pesar de su "estado" -en nuestro mundo- totalmente condenable, "Ni yo te condeno [mi amada]; vete, y no peques más (Juan 8:11)". Porque además, "no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él (Juan 3:17)". ¿Algo más?, claro, con Dios nada se agota...

"...mas ha pasado de muerte a vida (Juan 5:24E)", ¿Y la muerte? Pues cómo podriamos, amado hermano(a), vivir en la muerte si Jesús, la vida, nos ha restaurado. Nos ha amado. ¿Cómo no amarle? El amor, es el don perfecto de Dios. Muchas veces me preguntan, por qué los cristianos no toman o fuman, o por qué, simplemente, te cohibes de hacer mil cosas que causan placer. No sé responder (a pesar de que todos sus mandamientos se encuentran perfectamente descritas en Su palabra). Pienso, digo "porque Lo amo". Si Dios me ha librado de la muerte ¿por qué no he de hacerle caso? Creer en Jesús es vivir.

Repasando el abecedario que me ha sido necesario crear, en conjunto ahora, en Juan 5:24, nos dice Jesús: "De cierto de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida".

Recuerde, no mire su propia debilidad, ponga la confianza en Dios, sólo Él pude ayudarle, porque "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo [pecador], mas vive Cristo en mí (Galatas 2:20)".

martes, 16 de octubre de 2007

Nunca estarás solo(a)

Cuando me invade la culpabilidad y mi mente contradice a mi corazón, pues la muerte atraviesa paseando por mis ojos. Cuando me seduce el mundo que he dejado atrás y Tu sangre se convierte en mi alfombra. Cuando no resisto la vergüenza. Es ahí, que mis labios mencionan Tu nombre, con miedo, con tristeza, con derrota en los titulares.

Cuando la restauración se asemeja a espejismos lejanos. Cuando Tu voz santa calla forzosamente en derrota por mis oídos. Cuando no he logrado vencer porque olvidé mi ejército completo y la causa de mi pelea. Es ahí, cuando me siento insignificante, derrotado, solo y no merecedor del apellido que me has otorgado.

Cuando enloquece mi vida porque no he representado mi herencia. Cuando no logro levantar la mirada porque está débil como mi cuerpo tullido, trémulo de frío. Cuando quiero morir de nuevo y volver a Getsemaní a ver Tu amor. Es ahí, cuando Tu voz seduce mis ánimos.

Cuando no resisto el silencio de mi entorno. Cuando he perdido el control de mi vida y quiero depender y vivir de ti. Cuando siento Tu mirada sin condenación alguna, con el amor tatuado. Es ahí, cuando mi corazón te reconoce y no se cansa de verte.

Cuando necesito Tu perdón, Tu abrazo, Tu canción. Cuando miro al vacío y ahí te encuentro. Cuando la tempestad me empuja a Tu refugio. Es ahí, que me sorprende Tu incomprensible amor.

Cuando mis vidrios comprometen mi alma. Cuando renuncio a mi existencia. Cuando no quiero pasar un segundo sin Tu presencia. Es ahí, que reconozco y canto Tu amor.

Cuando no puedo encontrar otro lugar mejor, es ahí, en donde quiero morar.

De pronto, nace nuevamente Tu promesa, Tu paciencia y Tu ternura, diciéndome: “Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; […], estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé (Josué 1:5)”.

Y yo respondo: Papá, te amo.

martes, 9 de octubre de 2007

La cercanía de Dios (Juan 9)

El hombre más hermoso del mundo, la vida andante, la buena nueva personificada, andaba con doce neófitos hambrientos de pasión por Él. Al estar Jesús caminando, de pronto, ve a un ciego de nacimiento. Los seres humanos, todos, nacemos ciegos. La condición de ciego la tenemos porque, al pecar Adán, "la muerte pasó a todos los hombres (Rom 5:12)". Esa ceguera nos aleja del Padre, pues esclavos del pecado fuimos; sin embargo, la justicia y la gracia de Jesucristo nos devuelve la vida. Esa noticia, ese pacto del Dios vivo, debe ser real en nuestras vidas. Además de saberlo, y tenerlo en mente, debemos vivirlo "Porque en cuanto (Jesús) murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuando vive, para Dios vive (Rom 6:10)". El punto es que, este ciego, aún no había "visto" a Jesús morir.

"¿Quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? (Juan 9:2)". Fue la precoz e inocente pregunta de sus discípulos. Definitivamente, era culpa de alguien ¿no? Cualquiera, en sus cabales, no podría afirmar que no hubo algún pecado para esa maldición. ¿Has pecado, como para ser ciego desde... siempre? ¿Acaso cometiste alguna falta en el vientre de tu madre, para pagarlo en menos de nueve meses? Jesús contestó: "No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él (Juan 9:3)". Eso te dice Jesús. Las obras de Dios, mi Padre, se manifestarán en ti. Anteriormente, Jesús había dicho "Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado (Juan 6:29)". El ciego estaba a punto de encontrarse con el propósito del mismo Dios, por medio de Jesús. Igual con nosotros, a pesar de ciegos, tenemos la obra de Dios como fin. Un encuentro con el Padre.

Jesús dijo: "El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida (Juan 5:24)". Nótese que se refiere a lo mismo, cuando menciona la obra de Dios. Ese es el milagro que quiere Dios para tu vida. Luego, Jesús escupió en tierra, hizo lodo con la saliva y la untó sobre los ojos del ciego; le dijo: ve a lavarte, éste lo hizo, y regresó viendo. Así, somos nosotros sanados y abrimos los ojos cuando recibimos a Cristo. Pero luego, viene la confrontación...

Hubo -luego de que los fariseos preguntarán al ciego quién le había sanado y cómo lo había hecho, y éste contestara que Jesús lo sanó- disensión, entre quienes creían que Jesús era "el Profeta" y los fariseos, quienes decían "ese hombre no proviene de Dios (Juan 9:16)". A tal punto llegó esa incredulidad que acudieron a los padres del ciego a preguntarles si realmente era ciego, les preguntaron cómo puede ver ahora. Sus padres dijeron: "Edad tiene, preguntádle a él (Juan 9:23)". Esta respuesta se debía al temor que sentían sus padres, porque "los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga (Juan 9:22)". Esta respuesta, sin embargo, es la prueba que Dios demanda luego de darnos vida. ¿Qué tanta "edad" tenemos para declarar a nuestro Sanador, a nuestro Salvador?

¿Cómo te abrió los ojos? "Ya os lo he dicho, y no habéis querido oír (Juan 9:27)" Los fariseos, de inmediato le injuriaron diciéndole: "Nosotros somos discípulos de Moises (no de Jesús). Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés; pero respecto a ése (Jesús), no sabemos de dónde sea. (Juan 9:28,29)" Al mencionar esto, ellos habían mecanizado la palabra de Dios, no estuvieron atentos a las profecías que anunciaban que vendría un Mesías a salvar a la humanidad. Y lo peor de todo, habían hecho de Dios una religión. No podían ver. Vivían en la Casa de Dios, pero no habitaban con Él. Se ocultaban en sus conocimientos de Dios, cuando estaba ciegos del Dios verdadero. No conocían al Dios verdadero, pues no habían creído en Jesús, su hijo. No pudieron dejarse amar.

Respondió quien había sido ciego "Pues esto es lo maravilloso, que vosotros no sepaís de dónde sea, y a mí me abrió los ojos [...] si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye [...] no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego (Juan 9:30-32)". Finalmente, en su convicción declaró, firme y valiente, ante la autoridad del lugar, ante los "voceros" de Dios, "Si éste (Jesús) no viniera de Dios, nada podría hacer (Juan 9:33)". ¿Es así de fuerte nuestra fe, que en medio de la angustia, de la presión, de un lugar con enemigos que están sólo para hacerte caer, podamos declarar con firmeza que creemos en el Dios verdadero? El hombre lo hizo, pues supo que Jesús era el Salvador. Creyó, a pesar de las palabras de los sacerdotes y sus amenazas y condenación. Vivió el regalo de Dios. No sólo sus ojos físicos fueron abiertos, sino su "alma", fue capaz de reconocer a Jesus como Dios.

Lo condenaron de nuevo, lo expulsaron, le dijeron: "Tú naciste del todo en pecado ¿y nos enseñas a nosotros? (Juan 9:34)". Ni la condenación, ni la soberbia, ni la expulsión de los fariseos pudo contra la felicidad que vivía ese hombre. Pues el que ve a Dios, cambia totalmente. Consiguió la victoria.

Jesús, al saber que le habían expulsado, lo buscó y le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? Le respondió él y dijo: ¿Quién es? Jesús le dijo: Yo soy. "Y él dijo: Creo Señor...(Juan 9:38A)". Jesús mismo lo confrontó luego y el hombre creyó. En ese momento, ya se había encontrado con el Padre. Jesús dijo "Si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais (Juan 8:19)". En ese momento, me imagino que el hombre era el más feliz del mundo; en ese día había encontrado la sanidad, el sentido a su vida, había encontrado al Salvador del mundo y conocía a Dios, aún sin saber las leyes de las que se jactaban los sacerdotes judíos.

"... y le adoró (Juan 9:38B)". No podía callar lo maravilloso de su día. De su encuentro con Jesús. Le adoro al ser más amado. Le adoró por amarlo. Consiguió la felicidad. Finalmente, Jesús dijo: "Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que (supuestamente) ven, sean cegados (Juan 9:39)".

Dios quiere encontrarse con nosotros. Abre tus ojos a la luz de Cristo. Deja la ceguera, así como el hombre que fue creado para que se manifieste en él la obra de Dios. Así, Dios tiene un propósito para nuestras vidas. Reconoce que Jesús es tu Salvador. A Jesús no le importó si el hombre conocía del Padre superficialmente como los fariseos. Jesús cumplió su propósito en esa vida, porque el hombre creyó. Y creyó maravillado, no a medias. Adoró a Dios, pues ya lo conocía y podía hacerlo con libertad. Dios viene por los humildes de corazón, para que los que no ven, vean. Sólo en transparencia, luego de creer en Jesucristo, podrás encontrarte con el Padre. Y es totalmente maravilloso.

Bendiciones.

lunes, 8 de octubre de 2007

Tú eres mi tesoro*



Correspóndele a Su amor. Sé feliz. Jesús le dijo a su padre: "Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado (Juan 17:23)".

*Video de www.fathersloveletter.com

viernes, 5 de octubre de 2007

A toda criatura

Cuando me encontraba hablando con un buen amigo sobre la bondad del Señor en nuestras vidas, logré percibir una sensación totalmente extraña. En una fotografía de toma aérea, nos vi hablando, y me vi, en cierto modo, convenciendo (o tratando de hacerlo). Por supuesto, cualquiera podría mencionar que dicha persuasión era totalmente, digamos, sana. Pero, muchos, perciben el cuadro de una manera distinta. Un fanatismo como panel de la foto.

Sentí, en mi corazón decirle que no hablo por mí mismo, ni para favorecerme. No hablo de una credencial, ni le explico las condiciones de membresía. Definitivamente, no quiero hacerlo ser parte de una institución. En otras palabras: No quiero que seas de mi religión. Entonces, ¿cuál era mi intención?

Logré rescatar, gracias a Dios, aquello que atizaba esa motivación por hablar de Jesús. Era fácil, era sencillo, era Él. Mencioné a mi amigo que lo quería mucho, y me dije a mí mismo, pero amo más a Dios. E, incluso, gracias a Él, puedo amarlo. Recordé entonces este pasaje: "...amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios [...] Porque Dios es amor (1era Juan 4:7)". Me di cuenta de que si amaba a alguien, ahora lo amo más, porque soy de Dios. Y si hablo de Cristo es porque quiero que mis amigos conozcan la verdadera vida, y, por supuesto, porque amo a Dios y creo en Su palabra. Y le agradezco por prestarme tan buenos amigos -y familia-, porque ellos son (o serán) de Él.

Juan el bautista, anticipó ese hambre que tengo por hablar y no callar su gracia: "El que recibe su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz (Juan 3:33)". Los cristianos creemos firmemente que "...no puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo (Juan 3:27)". Nosotros, los hijos de Dios, no podemos callar su bondad y su favor. Dios pone palabras en nuestra boca. Incluso, este blog, mantiene esa motivación. Definitivamente, no lo hago en mis fuerzas porque no duraría ni un segundo. Lo hago por y para Él.

"Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable (1era Pedro 2:9)". Amigos, hermanos, amados, les animo a cumplir esta preciosa promesa. Si no lo hacemos, entonces quién lo hará. También poseemos un arma poderosa para nuestros seres queridos: la oración, a medida que intercedamos por otras personas, Dios nos da más compasión.

Dios nos llama a anunciar sus virtudes a toda criatura. Empecemos por quienes más amamos. Lo hacemos para Él, para Su gloria.

martes, 2 de octubre de 2007

Si mi corazón hablara

Hace un par de semanas asistí a un recital de piano, en el que una muy buena amiga iba a cantar -obviamente, éste no era sólo instrumental- que tenía por tema "Canciones del recuerdo" (o algo así). Cumplió su cometido; me vi envuelto en evocaciones momentáneas, algunas gratas, otras no tanto. Y es que a mi manera, un amigo, en todo camino y jornada está siempre conmigo, etc. El recital estuvo bueno, fue complementado con ciertas "sorpresas", a mi parecer, predecibles (menos el mimo, que quedamente y, con brusquedad, animó el intermedio del recital) pero peculiares. Entre las peculiaridades se encontraba mi amiga, quien cantó con su primo las composiciones de este. Las butacas flotaron en un facsímil bien realizado, bajos y altos combinados, canciones como "Cómo no creer en Dios", el tributo a Luciano con su "O sole mio" eterno, etc.

Logré rescatar, entre las canciones, una , mejor dicho, un título: "Si mi/el corazón hablara". Al instante empecé a viajar entre frases rasas, verosímiles, totalmente sustraídas de mi corazón. Con un diálogo desordenado, comenzó la construcción de mi identidad, de un gozo. ¿Qué le diría mi corazón a Jesús si tuviera la capacidad de expresarse?

- Si mi corazón hablara te diría que eres la vida que siempre he querido llevar.

- Si mi corazón hablara te diría que te amo tanto que la capacidad humana de amar no encuentra sentido en palabras.

- Si mi corazón hablara te diría que tu refugio en momentos tristes, difíciles y de tormenta, llena mi vida.

- Si mi corazón hablara te diría que eres la fortaleza que me protege de todo mal y me salva de mil peligros.

- Si mi corazón hablara te diría que no quiero despertar nunca de tu realidad, que eres más real que yo.

- Si mi corazón hablara te diría que te quiero alegrar y agradar todos los días y que tengas complacencia en mí.

- Si mi corazón hablara te diría que me haces jugar con la ternura de un padre original.

- Si mi corazón hablara te diría que eres mi alimento diario, que muero si paso un día sin ti.

- Si mi corazón hablara te diría que te quiero conocer más y más, y que tu presencia me acompañe siempre.

- Si mi corazón hablara te diría que tu sangre fue el regalo más precioso que he recibido, que no tiene precio.

- Si mi corazón hablara te diría que no entiendo tu amor, pero quiero seguir siendo amado.

- Si mi corazón hablara te diría que no te merezco, pero mi alma, mi vida, mi espíritu te anhela más que a nada.

- Si mi corazón hablara te diría que me entrego como una ofrenda de amor y te amo más por aceptarme en tu mesa.

- Si mi corazón hablara te diría que de Nazareth salió lo más bello del mundo, que no tienes comparación.

- Si mi corazón hablara te diría que eres mi esperanza, mi pronto auxilio, mi complemento.

- Si mi corazón hablara te diría que no quiero recibir nada que no provenga de ti.

- Si mi corazón hablara te diría que eres santo, poderoso, majestuoso y soy la niña de tu ojos, hijo del mejor padre.

- Si mi corazón hablara te diría que ya no tengo sed, porque por ti corren ríos de agua viva en mi ser.

- Si mi corazón hablara te diría que por ti no tengo condenación, ni hay verguenza en mi ser porque diste tu vida por mí.

- Si mi corazón hablara te diría que no puedo dar un paso en mi vida si no estás conmigo.

- Si mi corazón hablara te diría que toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que eres el Señor.

- Si mi corazón hablara te diría que eres, simplemente, lo mejor que he podido encontrar, que te amo.

Eres mi vida, mi mayor anhelo, en tí las palabras se definen por la inexpresividad. Tu amor es inefable y fallo en el intento de describir lo que siento por ti. Te amo mi Señor.

"Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Juan 8:12)".


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