miércoles, 21 de noviembre de 2007

He decidido seguir a Cristo



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Meditando, recordando mi vida pasada, cómo fui destrozando mi cuerpo, mi alma, mi espíritu. Cómo negué mil veces a mi Señor. Pude rescatar que a Dios, mi Padre, no le importó nada de eso, siguió amándome igual. Pero se entristecía mucho al ver a su ovejita lejos del rebaño. El Señor me preguntaba, ¿cuándo te pedí sacrificios en vez de devoción? ¿Acaso mi abrazo ya no te llena? Lejos de Él, de Su calor seguí mi camino, paseando en provincias lejanas.

“Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle (Lucas 15:14)”.

Sucedía que mi vida me importaba muy poco. Me sentía herido, lastimado, despreciado. Formé muchas capas en mi vida, mi corazón se endureció. Hice lo que le prometí no hacer nunca. Así mismo, lastimé a mucha gente con “mecanismos de defensa”. Ese hartazgo sucede cuando el Señor te dice: Ya es hora. Ya te tragó el pez. Y no quiero que tú, mi hijo, comas de la comida de los cerdos. Dentro del pez, de la ansiedad, llamó a mi puerta y todo cambió. Y con esa palabra, “cambio”, me refiero a que ya no existe Carlos Sánchez, ahora pertenezco al Señor.

“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo, más vive Cristo en mí… (Gálatas 2:20)”.

Hasta hace poco, reflexionaba, ¿cuánto en realidad he cambiado? Sentí que en nada. Que seguía siendo el mismo. Pero ahora era feliz. Tenía esperanza. Tenía confianza. Y por supuesto… tenía mucho que restaurar. Mucho que sanar. El Señor tiene harta chamba para moldearme. Pero hay que seguirle con gozo. “No rechaces, hijo mío, la corrección del Señor, ni te disgustes por sus reprensiones; porque el Señor corrige a quien él ama, como un padre corrige a su hijo favorito (Proverbios 3:11,12)”. Quiero que sepan que no soy el mismo. Mis decisiones pasadas ya no son las mismas. Mis acciones pasadas tampoco. La obediencia, el vivir en Cristo es consecuencia de Su amor y de Su gracia. Por eso estamos locos. Porque por amor a Jesús, no hacemos cosas que el mundo hace. Ciertamente, nosotros no andamos en perfección, pero Su gracia nos restaura y nos purifica. Por Cristo lo intentamos.

"Siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; mas los impíos caerán en el mal" (Proverbios 24:16)

El pasado se convierte en nada con Cristo. Él nos perdona y nos ama. Recordemos el pasado sólo como testimonio para Su gloria, no vivamos en el. Creo que el cambio se logró gracias a la decisión más importante que he tomado en mi vida, seguir a Cristo. Es mi estandarte, es mi decisión. Recordé un antiguo himno que solíamos cantar en la iglesia cuando era muy pequeño. Fue como agua fresca para mi vida el volver a escucharlo. Es tan sencillo como sustancial:


He decidido seguir a Cristo,
La vida vieja la he dejado,
El rey de gloria me ha transformado,
No vuelo atrás, no vuelvo atrás.


Y se repite muchas veces. Así, repítele a tu Señor ese compromiso. Es una declaración de fe. Me conseguí la canción, pondré una moderna. Les invito a cantar la canción. Comprométete con el Salvador, vive Su vida. Atrévete. Sé valiente.

“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame (Mateo 16:24)”.

sábado, 17 de noviembre de 2007

JC: Pasión y Gracia (parte 2)

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“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados (Isaías 53:5)”

Su mirada se pierde entre quienes lo prendieron, a veces, prefiere mantenerla baja y ver sus pies moverse obedientes. Recuerda la oración a Su Padre mientras camina sobre el ribazo, “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad (Juan 17:17)”. Las antorchas que lograba vislumbrar lo seguían a todos lados. Estaba todo muy borroso, unos alguaciles habían descargado acerados golpes en su rostro. Vivía la potestad de las tinieblas (Lucas 22:53) y la voluntad de su Padre (Lucas 22:42). Había empezado todo, desde hace mucho en realidad, pero ahora lo vivía en carne propia. A empujones, como si no fuera a cumplir la voluntad de Dios, lo llevaron los soldados a la casa del sumo sacerdote.

“Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo (Juan 6:51)”

Entre lujos incontables, maravillas, tesoros y prendas finas, costosas, fue recibido Jesús quien vestía una túnica desgastada. Él ansiaba la casa de su Padre, sabía que ningún templo tenía comparación con el palacio celestial, ninguna riqueza se comparaba a los tesoros eternos, ninguna casa sacerdotal se encontraba a la altura de su santa morada. En silencio, siguió caminando. Lo acercaron a Anás, suegro de Caifás, quien era sumo sacerdote y quien profetizó claramente que Jesús moriría por la nación: “…vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca (Juan 11:49-52)”. Era su propósito. No hubo circunstancias, sino la voluntad de Dios. Continuó un interrogatorio áspero e insidioso, en el que había connivencia contra el delincuente a juzgar. Tras crueles bofetadas, Jesús habló cuando le preguntaron ‘¿Eres tú el Cristo?’. Dijo la verdad, inocente, con el rostro cansado y los ojos amoratados pero siempre amorosos:

“Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo (Marcos 14:62)”.

Indignados. Un “vagabundo” se hacía llamar Hijo de Dios. Exasperados. Los sacerdotes, representantes de Dios, no lograban asimilar que el Rey a quien “servían” se encontraba frente a ellos. ‘¡Merece juicio este blasfemo!’ Callado, cumpliendo el deseo de su Padre, Jesús siguió oyendo las injurias. La oscuridad reinaba no sólo marchitando las nubes, sino el mundo también. Al amanecer sería llevado ante el gobernador Poncio Pilato. Atado, golpeado, esperó su condena en un silencio de amor. Al día siguiente, acusado de alborotador, en una pequeña plática en la cual, en su mayoría, permaneció callado, maravilló a Pilato con su sabiduría. El gobernador no halló falta en Él. ¿Eres tú rey?, preguntó. Jesús dijo:

“Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz (Juan 18:37)”.

‘Lo castigaré y lo soltaré’ (Lucas 23:16). Lacerado, destrozado tuvo que ser. Nuestras maldades lo azotaron. “Como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca (Isaías 53:7)”. Sufrió por causa de nosotros como jamás otro hombre ha sufrido en el mundo. Su sangre se convirtió en el alfombrado del lugar. Con una corona de espinas fue honrado, con fulminantes papirotazos fue amado, con insultos y escupitajos fue tratado. ¡Salve Rey de los judíos! Fue mostrado ante el indolente pueblo, que no conforme con la salvaje golpiza gritaba ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Soltaron a un peligroso ladrón y homicida en vez de soltar a Jesús quien da la vida. Trémulo en dolores, lánguido en fuerzas, miraba al pueblo que iba a salvar queriendo matarlo. Yo los amo como mi Padre me ha amado (Juan 17:23), se decía a sí mismo.

“Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas (Juan 10:11)”.

La Calavera. ¡Terrible nombre para un lugar de gracia! Pilato secándose las manos, veía desde lo alto como era arrastrado Jesús a dicho lugar. Qué pudo hacer este hombre para ser escarnecido y maltratado de esta forma, pensó un Simón de Cirene quien cargaba la pesada cruz tratando de aliviar la carga del Maestro. El camino era interminable, insoportable, mortífero. Las personas podían seguir a Jesús a causa de las huellas de sangre que iba dejando en el camino. Y aunque, al levantar la mirada, podía distinguir a ciertas mujeres llorando por Él, eran escupitajos lo que más recibía. Agotado, pudo ver el lugar donde sería crucificado. La peor de las muertes. Miró al cielo. Esto es por ti, papá, y por ellos.

“En pago de mi amor me han sido adversarios; mas yo oraba (Salmos 109:4)”.

‘No, mi Señor’, suplicaba llorando un Juan, quien le había seguido hasta el fin. Sus extremidades derramaron hasta las últimas gotas de sangre. Clavos oxidados, muerte infame. Fue levantado y, desde lo alto de la cruz, temblando, miraba a quienes iba a salvar. Los amaba. ‘Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz’, le retaban. Puedo, pero no quiero. Vio a … (pon tu nombre) y se alegró. Lo hago por ti. Echaron a suerte sus vestidos, vio que otros dos peligrosos delincuentes se encontraban crucificados también. Uno de ellos le injurió. El otro, arrepentido, creyendo, le dijo: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Jesús, mirándolo amorosamente, contestó: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas 23:43)”. Para eso moría, para la gracia. No tenía que cumplir un requisito, no necesitaba un purgatorio; el ladrón volvió a nacer mientras moría. Entró en la gracia del Señor. Agotado, hecho una llaga entera, los pecados del mundo fueron sobre Él. Lo miraban y no entendían. Consumado es. A gran voz, clamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lucas 23:46)”. Expiró.

“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)… (Efesios 2:4,5)”.

Juan lloraba, vio a su maestro derramar su sangre por la humanidad, aun no entendía pero se sintió de manera diferente. ¿Todo terminó? No, todo acaba de empezar. Recordó a Jesús en una de sus últimas charlas, recordó el mandamiento que le había dejado: “Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos (Juan 15:12,13)”. Gracias, amigo, se dijo. De pronto, todo oscureció…

jueves, 8 de noviembre de 2007

Nada importa...

Cuán difícil es ser embajador de Cristo. Lo sé, es fabuloso habitar en Su presencia. Su amor, Su perdón, Su gracia, Su espíritu… ahí debería terminar todo ¿no? Pero no es así. Los problemas vienen, las acusaciones zumban en nuestra mente, el pasado condena sin piedad, la vida simplemente es imperfecta.

“Como el ciervo brama por las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía (Salmos 42:1)”.

Es así como me sentía un día. Abandonado, condenado por el enemigo, muerto. Llegaba a la universidad, sin ánimos, huyendo de mi Señor, tenía miedo encararlo y decirle que lo amo. Perdóname, perdóname, mi corazón imploraba. Sentí Su voz decirme ‘búscame’. Tengo examen, más tarde, dije sollozando. El examen, gracias a Dios y lecturas madrugadoras, estuvo bueno. Salí antes de tiempo. Sentí en mi corazón hambre de mi Señor. Te quiero ver, papá.

“Porque Dios ha dicho: Nunca te dejaré, jamás te abandonaré (Hebreos 13:5)”.

Le creí. Recuerdo que una amiga me dijo que si ‘todo fuera fácil, estaríamos en el cielo’. Estuve mucho tiempo en tregua, con ciertas invasiones, pero todo controlable. Mis armas se oxidaban y yo seguía envuelto en el manto de la gracia. Tocaba batallar y me dio flojera (para variar). Me vi débil, desgastado. Abatido. Busqué un lugar propicio para encontrarme con mi Señor, pues mi corazón estallaba y no podía esperar a llegar a casa. ¡Qué difícil tarea encontrar un lugar a solas en la uni! Seguía buscando, era tarde, todos iban a casa a calentarse. Y no encontraba un lugar. Busqué en el último piso de Z, esta vez había un grupo de jóvenes fumando. Rayos.

‘¡No renuncié al mundo para esto! Te necesito y voy a buscarte, no importa cuánto me cueste’, dije confiando en mis palabras porque mi mente anhelaba mandar todo a volar y volver a mis andanzas supuestamente felices pero completamente vacías. Encontré un lugar. Me senté y con un frío asesino empecé a orar, a buscar a Dios. Me di cuenta de que lo que, en mi humanidad, planeo no está a la altura de los pensamientos de Dios. Que mis faltas no están a la altura de Su misericordia. Que mis problemas no están a la altura de Su gracia. Empecé a rogarle Su perdón y Su abrazo. El Señor me restauró, fueron minutos impresionantes. No les cuento todo pues es inefable y de hecho que muchos de ustedes lo saben. Reconocí que no soy nadie sin Él. Que Su fidelidad es lo mas encomiable en el mundo. Que nada importa… si no estamos con Él

Nada te podrá separar del amor de Cristo, tenlo por seguro. Recuerda la oración del Maestro para nosotros antes de Su muerte. Me ayudó (y ayuda) mucho en tiempos de aflicción. Jesús le dijo a Su padre:
“No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal (Juan 17:15)”

No somos del mundo, es nuestro campo de batalla. Y Jesús es el Rey por quien batallamos.

martes, 6 de noviembre de 2007

JC: Amor y obediencia (Parte I)

Todo era tan confuso. Su alma inquieta. Sentía que la Luz se apagaba y no podía desaprovecharla pues nunca lo había hecho. Nadie quería estar al lado del Maestro como Él. O si bien, todos querían estar a Su lado, Él luchaba con todas sus fuerzas por ser el primero. Nada había cambiado para entonces. Había visto el milagro de la vida, era salvo, creyó. Pero de sus entrañas algo se desarraigaba, se desmoronaba en vida. Le había escuchado mil veces hablar acerca de lo que sucedería. Esta tarde es muy diferente. Las palabras de su amado son distintas ahora, Su voz cambia, pero no Su firmeza. Y son tan hermosos esos pasajes que no quiere despertar. Espero recordarlas, dice. Tantos versos de vida hicieron que pareciese que estaba en el cielo. Me voy contigo, Maestro, titubeaba.

–Vuestra tristeza se convertirá en gozo… (Juan 16:20)

Quería llorar, no sabía por qué. Escuchaba ‘muerte’ y ‘vida’ meneándole ansiosamente los oídos. Maestro, ayúdame, suplicaba en la mente. Jesús le miraba con el amor desde que lo vio por primera vez y le dijo: Sígueme. Han sido los tres mejores años de mi vida, decía. Te amo, te amo, te amo. Sus hermanos estaban ansiosos también. Pero el amor abundaba en la febril habitación. Sentían todos que el milagro más grande estaba por ocurrir. Sabían que con el Maestro era todo posible. Juan, el amado, seguía inquieto. Todo lo que conocía, lo que había visto iba a cambiar de manera impresionante; el rumbo del mundo –si existía alguno- se vería desproporcionado con la magnitud del evento a producirse. De pronto, una estocada en su corazón le atravesó el alma. No quiero, no quiero. ¿Cómo puede ser?

-Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre. (Juan 16:28)

Escuchó a uno de sus hermanos decir que ahora sí entendía, que Jesús sabía todas las cosas. Ciertamente, él también entendía a su Maestro claramente. Tuvo muchas fuerzas. Aún así no quería desprenderse de su amado. No puede ser. He encontrado la vida y ahora se me va. Llegó la hora. Él sabía que nada se iba a comparar con el gran momento que toda la tierra atestiguaría. Lo que sucedería abriría sus ojos para siempre, y los de toda la humanidad. No tenía por qué extrañarle. Recordó, entonces, cuando Jesús les dijo: Os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer (Juan 15:15). Era su amigo. Vamos, era su mejor amigo. Quiero estar a tu lado siempre, Maestro, se volvía a repetir. Nuevamente recuerda, como fulminantes dardos de amor atravesándole la mente, cuando Jesús le dijo: Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor (Juan 15:10). Tenía la clave, entonces. Al parecer sus hermanos también lo entendieron a pesar de la bruma onerosa. Los discípulos, finalmente, recordaron a su amado cuando estando en la barca temieron, para luego estallar en felicidad y gozo al ver al ser más poderoso del mundo: Jesús. El Maestro concluyó:

-Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo (Juan 16:33).

‘¡Jesús! Ya te conocemos, confiamos en ti, Maestro’ Se pareció escuchar silenciosamente siseando en el aire. Jesús tuvo calma. “Los preparé, me toca a mí”…

jueves, 1 de noviembre de 2007

Testimonio: Pablo Olivares

Les invito a ser testigos del amor del Señor en la vida de sus hijos. La historia que aparece en estos dos videos (continuados) es la de un ex-metalero, quien hizo un pacto con el diablo y fue rescatado por la gracia del Señor Jesucristo. Disfruten de uno de los milagros del Señor.





Jesus dijo: "Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas (Juan 12:46)".
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