Se hornean pavos, hacen notar orgullosas ciertas panaderías. La caseta del vigilante del barrio curiosamente adornada por alguna vecina empalagosa que no solo mantiene, sino contagia el “espíritu navideño” al que se le cruce. Señores de rostro hosco, como nunca sonríen por la popular “grati” que reciben porque la fecha lo amerita. Centros comerciales repletos. Edificios de panetones. Policías de transito alienados con un sombrero papanoelesco. Villancicos resuenan en casa de los vecinos más “antiguos” de la cuadra. Uno que otro nostálgico. Cadenas navideñas en los correos. Y, bueno, un sujeto que escribe en un blog porque algo más que una festividad lo motiva a hacerlo.
Hace más de dos mil años (e, incluso, mucho menos), no existían tantas representaciones para un evento, lamentablemente, tan comercializado como ahora. Ni era, para nada, tan esperado. Es más, imagino que ese día, el nacimiento de un niño que representamos un 25 de diciembre, la mayoría holgazaneaba o luchaba para pagar los impuestos a un imperio que dominaba al pueblo de Dios. Sólo hubieron pequeños rumores entre la gente que esperaba a un Mesías. Pero eran rumores lejanísimos, puesto que, cómo iba a nacer el Salvador del universo en tiempos tan trágicos como los del dominio romano. En una Jerusalén libre, en un esplendoroso castillo habría de nacer dicho Rey. Nadie imaginaba que justo hace nueve meses, el Espíritu de Dios descendía del cielo en una muchachita y le haría concebir a uno a quien llamaría JESÚS, que significa Salvador.
“Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre EMMANUEL (Isaías 7:14)”.
Emmanuel, es Dios con nosotros. Finalmente, Dios mismo descendía de lo alto para caminar entre nosotros. Su historia celestial se interrumpió por amor. El Rey de reyes nació en el lugar menos imaginado –por no decir, menos merecido- y nos mostró humildad desde el inicio. Los ángeles, desde lo alto, cantaron alabanzas y se regocijaron en Dios, pues este mostraba Su incomprensible amor hacia la humanidad en un pequeño pesebre. En el tiempo menos pensado, nació Jesús. En un día que hoy llamamos navidad, nació Dios.
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad (Juan 1:14)”.
Santo, Santo, Santo Dios.
Gracias por enviar un día como hoy a Jesucristo.
El más precioso de los hombres que cambió el rumbo del mundo.
Hosanna, al cordero de Dios que vence al mundo y destruye las tinieblas.
Nombre sobre todo nombre, brazos eternos, precioso Jesús.
Este día es para ti y para nadie más. Tú que mereces todo y que das todo.
Poderoso Señor, así como esperamos tu venida, recordamos tu nacimiento que nos dio vida.
Los quiero mucho a todos. Recordemos a Jesús. Si bien es un tiempo de amistad, unión y amor, en esta fecha reflexionemos y agradezcamos a Dios por todas las bendiciones que derrama todos los días sobre nuestras vidas. Por supuesto, no solo hoy, sino siempre. Jesús vive, y vive en nosotros. Celebremos, pues, el nacimiento de Emmanuel. Feliz navidad.
*Versión en castellano de la canción en YouTube.