lunes, 24 de diciembre de 2007

Feliz nacimiento, Emmanuel

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Me encontraba de camino a casa. Ya era tarde, la gripe pudo empeorar si no fuera por el anís que tomé antes de llegar. De pronto, en calles usualmente oscuras puedo ver un espectáculo de luces ubicuas rodeándome. Dorados, colores entre verde y rojo, algunas colocadas cadenciosamente (en escaleras, por ejemplo) y otras, con el mismo afán pero con menos presupuesto imagino, humildemente figurando un trineo o una estrella en alguna mampara o ventana. De pronto, uno que otro estallido provocado por los felices niños que disfrutan tanto sus palomilladas antes de la noche buena, pues ésta indica, recién, el inicio estruendoso de los cohetones, misiles y luces de bengala. Un personaje extraño en todo el año, pero familiar por estos días adorna fachadas y bazares con su copiosa barba y peculiar traje rojiblanco que bien podría pasar por un atuendo peruano. Recuerdo haber visto a uno trepando una pared con un gran saco en la espalda; imagino que la familia de dicha casa no temía la irrupción de aquel hombre.

Se hornean pavos, hacen notar orgullosas ciertas panaderías. La caseta del vigilante del barrio curiosamente adornada por alguna vecina empalagosa que no solo mantiene, sino contagia el “espíritu navideño” al que se le cruce. Señores de rostro hosco, como nunca sonríen por la popular “grati” que reciben porque la fecha lo amerita. Centros comerciales repletos. Edificios de panetones. Policías de transito alienados con un sombrero papanoelesco. Villancicos resuenan en casa de los vecinos más “antiguos” de la cuadra. Uno que otro nostálgico. Cadenas navideñas en los correos. Y, bueno, un sujeto que escribe en un blog porque algo más que una festividad lo motiva a hacerlo.

Hace más de dos mil años (e, incluso, mucho menos), no existían tantas representaciones para un evento, lamentablemente, tan comercializado como ahora. Ni era, para nada, tan esperado. Es más, imagino que ese día, el nacimiento de un niño que representamos un 25 de diciembre, la mayoría holgazaneaba o luchaba para pagar los impuestos a un imperio que dominaba al pueblo de Dios. Sólo hubieron pequeños rumores entre la gente que esperaba a un Mesías. Pero eran rumores lejanísimos, puesto que, cómo iba a nacer el Salvador del universo en tiempos tan trágicos como los del dominio romano. En una Jerusalén libre, en un esplendoroso castillo habría de nacer dicho Rey. Nadie imaginaba que justo hace nueve meses, el Espíritu de Dios descendía del cielo en una muchachita y le haría concebir a uno a quien llamaría JESÚS, que significa Salvador.

“Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre EMMANUEL (Isaías 7:14)”.

Emmanuel, es Dios con nosotros. Finalmente, Dios mismo descendía de lo alto para caminar entre nosotros. Su historia celestial se interrumpió por amor. El Rey de reyes nació en el lugar menos imaginado –por no decir, menos merecido- y nos mostró humildad desde el inicio. Los ángeles, desde lo alto, cantaron alabanzas y se regocijaron en Dios, pues este mostraba Su incomprensible amor hacia la humanidad en un pequeño pesebre. En el tiempo menos pensado, nació Jesús. En un día que hoy llamamos navidad, nació Dios.

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad (Juan 1:14)”.

Santo, Santo, Santo Dios.
Gracias por enviar un día como hoy a Jesucristo.
El más precioso de los hombres que cambió el rumbo del mundo.
Hosanna, al cordero de Dios que vence al mundo y destruye las tinieblas.
Nombre sobre todo nombre, brazos eternos, precioso Jesús.
Este día es para ti y para nadie más. Tú que mereces todo y que das todo.
Poderoso Señor, así como esperamos tu venida, recordamos tu nacimiento que nos dio vida.

Los quiero mucho a todos. Recordemos a Jesús. Si bien es un tiempo de amistad, unión y amor, en esta fecha reflexionemos y agradezcamos a Dios por todas las bendiciones que derrama todos los días sobre nuestras vidas. Por supuesto, no solo hoy, sino siempre. Jesús vive, y vive en nosotros. Celebremos, pues, el nacimiento de Emmanuel. Feliz navidad.

*Versión en castellano de la canción en YouTube.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Fortaleza

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Un encuentro con el Dios vivo es lo más maravilloso que existe. Crea en nosotros un gozo perfecto, verdadera paz, absoluta dependencia, seguridad, etc. y uno de los efectos más asombrosos, sobre todo si se está empezando a conocer de manera directa a Dios a través de la guía de Su Espíritu, es el cuidado y cariño insuperable de un Padre hacia su hijo favorito.

"Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios (1 Juan 3:1)".

Me parece que depende de uno creerse estas palabras; es decir, hermanos, si hemos recibido la adopción, por medio de Jesús, de hijos, pues por qué no aprovecharla. Sabemos que vivir en Cristo es por la fe. Entonces, hijo de Dios, cree, levántate y pelea. Dios es un Dios de Amor (1 Juan 4:10), la biblia lo repite muchas veces, además, una conexión genuina con Dios es una constante y eterna (de parte de Él) muestra de amor hacia nosotros, sus hijos. Dios es un Dios de iniciativas. Él viene hacia nosotros siempre que estemos dispuestos a recibir Su abrazo. Por lo menos, así es como me siento desde que me reencontré con mi Señor.

"No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo (Isaías 41:10)".

Los brazos del Señor son eternos, nosotros no; lamentablemente, le fallamos. Cuando mi decisión tomó forma de palabras, puedo recordar qué le dije al Señor: No importa lo que suceda, no voy a volver atrás. Resulta posible esa clase de promesa. No pecar resulta, simplemente, imposible. Pues no hay justo en la tierra. A la par, pude percibir que Dios sonreía y me decía: Esa promesa es mía. Yo te ayudaré. Jamás has estado solo y jamás lo estarás (Josue 1:9). Mi vivir en Cristo resultó muy difícil para entonces. Es decir, tanto tiempo alejado de Él causa una suerte de rutina. Una rutina de pecado. Pero esta vez, Dios mismo hizo el cambio. Y me lo confirma todos los días. Además, como me dijo amorosamente un gran amigo, por teléfono, al notarme apocado, mayor es el que está en ti, que el que está en el mundo. Y pues, definitivamente, en nuestras fuerzas poco o nada podemos hacer. Realmente, resulta absurdo intentarlo cuando la obra ya fue hecha en la cruz del calvario por Jesucristo, nuestro salvador. Todo se puede en Él.

"Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipenses 4:13)".

Y esa bendita palabra: Fortaleza, crea en nosotros esperanza y victoria. En tiempos de pruebas, para animarme y restaurarme (la palabra de Dios tiene el poder para hacerlo) suelo recurrir a un salmo que, hasta ahora, considero favorito, en donde David, con hermosos versos, declara el poder, la majestuosidad, la fortaleza de Dios para con su vida. Es totalmente precioso encontrarte con el León rugiente que pelea tus batallas y, al mismo tiempo, con el Padre amoroso que te abraza delicadamente, en el salmo 27. Añadiré algunos versos que competen a lo que quiero expresar ahora, pues el Salmo, desmembrado, es todo un universo de promesas para los fieles en Jehová. Decláralo, el Señor está pendiente de ti.

(Salmos 27:1)
Jehová es mi luz y mi salvación;
¿de quién temeré?
Jehová es la fortaleza de mi vida;
¿de quién he de atemorizarme?

(Salmos 27:3)
Aunque un ejército acampe contra mí.
No temerá mi corazón;
aunque contra mí se levante guerra,
yo estaré confiado.

Si he logrado sobrevivir, en realidad por primera vez vivir, en esta lucha constante ha sido por Jehová, mi Dios. Gracias, Papá, por fortalecerme.

jueves, 13 de diciembre de 2007

JC: Vida y libertad (parte 3)

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‘¿Qué sucede?, ¿qué ha pasado?’, preguntaban los que habían presenciado el último hálito de vida del ahora muerto. Juan, al pie de la cruz, levantó la mirada con un fruncimiento de dolor y enrojecidos párpados. ‘Mi Jesús, mi amado’, se sentía libre, no sabía de qué, se sentía ligero, no sabía por qué. El mundo entero sintió que se le había arrebatado algo profundamente arraigado en su ser. Un soldado romano afirmaba el poderío del encaramado rey brutalmente golpeado, paradójicamente recién al verlo muerto en lo alto de la cruz.

“Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres, así asombrará él a muchas naciones; los reyes cerrarán ante él la boca, porque verán lo que nunca les fue contado, y entenderán lo que jamás habían oído (Isaías 52:14,15)”.

La multitud atemorizada solo podía golpearse amargamente el pecho y sacudirse los vestidos asqueados de la peor alevosía cometida. El cielo zozobrante y lóbrego aumentaba el temor. Los suelos estentóreos y temblorosos confundían pisadas entre la gente. Rocas gigantes quebradas. Vacío. Dolor. En algún lugar recóndito, se desataba una terrible batalla de salvación. Mientras, en el desértico ribazo, agua y sangre chorreaba de un costado del cuerpo del Maestro, provocado por una filuda lanza. Una bendita figura, un verso sublime, una metáfora de libertad. Muerto Jesús, el velo que cubre el tabernáculo de Jehová desde los tiempos de Moisés (Éxodo 26:31-33), en donde sólo podía entrar el sumo sacerdote en representación del pueblo y disfrutar en acciones de gracias la presencia de Dios, se rasgó en dos, de arriba abajo (Mateo 27:51). La prueba de amor sucedió cuando, Jesucristo, hecho hombre, padeció de tentaciones como nosotros, se humilló como siervo y entregó su vida en una cruz para perdonar nuestros pecados y salvarnos de la condenación, además de darnos entrada al trono del Padre con entera libertad.

“…no tenemos sumo sacerdote [Jesús] que no pueda compadecerse de nuestras debilidades… Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (Hebreos 4:15,16)”.

Juan no entendía la mezcla de sentimientos en su mente. Por un lado, quería -sin éxito- odiar a quienes permitieron la muerte de su amado; por el otro, sentía paz, restauración, salvación y amor. Aunque sus ojos miraban un cadáver, su corazón se sentía más vivo que nunca. Jesús, le había dicho que nadie podía quitarle la vida, sino que Él la ponía y tenía poder para volverla a tomar (Juan 10:17). En su humanidad, aún no asimilaba estos versos, pero la esperanza se hacía real por primera vez en su vida. Un augusto varón de Arimatea, miembro del concilio, quien esperaba el reino de Dios, con cierta injerencia fue hacia Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús, quien sorprendido por la rauda muerte del condenado, le concedió su pedido. Un hombre que aprendió a nacer de nuevo (Juan 3), Nicodemo, llegó con aromáticos y excelsos perfumes. Estando el lienzo ya embalsamado, José de Arimatea y Nicodemo, pudieron ver muy acongojados, mientras envolvían a Jesús con la sábana, las enormes llagas en su maltrecho cuerpo.

“… y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:8)”.

Mientras los hombres, seguidos de un grupo de mujeres, iban camino al sepulcro, donde pondrían el cuerpo de Jesús, María, a quien le fue encomendado concebirlo, siguiendo el paso, cavilaba en su mente, tenía la certeza de que Él era el Salvador de la humanidad. Sabía que era el Hijo de Dios, el único redentor, sabía que Jesús era Dios. Pudo entender el propósito de Dios en ella: criar a Su Hijo. Quería alegrarse por ello, pero los mordaces llantos de las mujeres que le acompañaban lo impedían. Elevó una oración al Padre, ‘Jesús, Tu Hijo, tiene un propósito que aún no logro ver. A pesar del inmenso dolor, así como diste Tu bendición para mi vida, espero Tu bendición para el mundo entero. No tengo plenitud por haber amamantado a Tu Hijo, sino por haber oído Tu palabra que es la verdad (Lucas 11:27,28)’.

“Dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá (Juan 11:25)”.

El terrible dolor sobrepasaba los cielos. Los discípulos no podían dar la cara. Las fieles mujeres, mantenían su empeño, hasta el fin, acompañando al Maestro. Sufrientes. Pusieron el cuerpo de Jesús en un sepulcro cercano, pues se acercaba la pascua y debían prepararla. José de Arimatea, hizo rodar una inmensa piedra para tapar el sepulcro y partió. Maria Magdalena y la otra María, se quedaron, esperando, frente al sepulcro. Al siguiente día, ni el temor ni las señales pudieron menguar las acciones de los fariseos, quienes convencidos de haber dado muerte a un embustero, fueron hacia Pilato y le pidieron sellar la piedra y asegurar el sepulcro con un guardia pues aseguraban que las palabras del muerto, ‘Después de tres días resucitaré (Mateo 16:21)’, serían usados por sus discípulos –que robarían el cuerpo– para engañar a más gente. Pilato asintió. Dios Padre, al ver la magnitud de la obra y la obediencia se dijo nuevamente, orgulloso: Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia.

“Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES (Apocalipsis 19:16)”.

Pasados los días de la pascua, el primer día de la semana, María Magdalena, María la madre de Jacobo y Salomé fueron con especias aromáticas para ungir el cuerpo de Jesús. Al ver la piedra removida aunque temieron, imaginaron que algún discípulo se había adelantado. Se acercaron a la pesada piedra. Una de ellas dejó caer el frasco que contenía los perfumes. María Magdalena temblaba. Tantas lágrimas derramadas impedían llorar en ese instante. Rabí, ¿donde estás? Un halo cegador brilló intensamente en la oscura cueva…

domingo, 2 de diciembre de 2007

Si aún te quiero

boomp3.com

Hoy tus ojos me preguntan si aún te quiero,
si aún te quiero.
Sólo te importa saber si a estas alturas aún te quiero,
si aún te quiero.

Ya me lo advertiste,
que no me fiara de mi propio corazón,
que mi brazo es débil,
y que el alma no suele tener razón.
Y hoy estoy aquí, lamento haber fallado,
no sé cómo no lo vi venir,
No sé cómo te llegué a negar anoche,
y aunque en tus ojos no había reproche,
ya no puedo ni mirarte,
se me ha roto el corazón,
mi alma sólo siente frío y temor.

Y has venido a preguntarme si aún te quiero,
si aún te quiero, si aún te quiero.
Sólo te importa saber si a estas alturas aún te quiero
si aún te quiero, si aún te quiero.

Yo no te merezco,
no soy digno de tu sacrificio ni tu amor,
y aún así derramas
en la cruz tu sangre consiguiendo mi perdón.
Yo no puedo hablar, te veo en el madero,
se oscurece el cielo sobre mi,
y a la vez está naciendo un nuevo amanecer,
que nunca podré explicar ni comprender,
soy culpable de tu herida,
mi castigo es sobre Ti,
yo me alejo, mientras Tu mueres por mi

Y has venido a preguntarme si aun te quiero...

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