lunes, 25 de febrero de 2008

Rendición

boomp3.com


No entiendo qué puede estar removiéndome los suelos ahora. Costándome mares de lágrimas, y desvelos que a veces creo innecesarios. Mis enemigos escarnecen Tu nombre porque los invoca un ser débil e ineficiente, alguien acostumbrado a un Edén inexistente. Se desgarra mi alma al ver que todo lo que me diste, me quitaste. Que seres que amé, ahora luzcan indiferentes a mi indiferencia. Que mi protagonismo debe morir, para conocer la grandeza de Tu gloria. Me cuesta, me cuesta mucho. Me cuestas mucho...

“Adorar a Dios no es barato… cuesta la vida (Danilo Montero)”.

No entiendo qué pasó hace unos días, pero mi vida ha cambiado. En casa me espera alguien que quiere ungirme con Tu poder, mientras yo, en el tranquilo pasto, rodeado de ovejas y guitarra en mano, aún me pregunto cómo puedes querer usar a un ser melancólico. Mi inconformidad no parece un atributo positivo, es por eso que necesito saber qué esperas Tú de mí. Necesito saberlo. Actuar es tan difícil cuando en quietud se puede ver Tu mirada. Pero me inquieta saber que desvías tu mirada a otros que no creen en Ti, que blasfeman contra Ti con sus vidas. Y lloras por ellos...

“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos (Juan 17:20)”.

No entiendo Tu paciencia y Tu perdón. Tus pactos eternos y perfectos, cuando los míos son efímeros e irreales. Si de veras amas la justicia, pues deberías olvidarte de este mortal. Aún así, existe algo hermosísimo que restauró una triste vida, color carmesí, me hace sentir tan bien que no puedo explicarlo con palabras. ¿Tu preciosa sangre... por un niño?

"Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños... (Lucas:10:21)".

Y no puedo entender, y creo que jamás lo haré, por qué me amas tanto. Y yo no puedo evitar amarte. Eres mi sustancia. Mi vida resulta patética sin Ti. Permíteme vivir para Ti, Adonay. No encuentro una mejor vida si no es a Tu lado. Demándame lo que quieras, mi Maestro. Mi confianza está puesta en Ti. Y hoy renuncio a mi vida, por Ti.

“Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; Tú sustentas mi suerte (Salmos 16:5)”.



-Siento decirte esto, y un día me lo dijeron así: Dios te dice, ¡sal del la higuera y no digas más soy niño porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande!

-¿Saldrías tú de la higuera sabiendo que ahí está el calor protector de Dios? … ¿o me estoy engañando?

-Pues si lo quieres ver cara a cara como Jacob, o ver su espalda como Moisés, o ver venir hasta el Seol por ti como David, pues sí.

(Conversación con un hermano, amigo y siervo de Dios)

viernes, 22 de febrero de 2008

JC: Resurreción y Victoria (parte 4)

boomp3.com

Continuación de serie JC (1, 2, 3)

“Y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz (Colosenses 1:20)”.

Un ser de aspecto como un relámpago y su vestido como la nieve (Mateo 28:3) brillaba en el fúnebre recinto provocando terror a las fieles mujeres. Los guardias que cuidaban el sepulcro huyeron despavoridos al ver al sujeto. Sabían que nada andaba normal desde que ajusticiaron al inocente nazareno. ¡No teman! Un gozo complementaba el temor, esa luz de alguna manera señalaba una naciente esperanza que dos días atrás había sido clavada y sepultada en la oscura cueva sin intenciones de regresar. Mientras el ángel de Dios hablaba, María Magdalena, perdida en la mirada, liberaba el fruncimiento de su rostro, y completaba una triste sonrisa cuando escuchó las siguientes palabras: No está aquí, pues ha resucitado (Mateo 28:5). Fue cuando, consternada, recordó los insistentes anuncios de la muerte de su amado que, por aquellos tiempos, nadie lograba entender (Marcos 9:32) y, la mejor parte de todo, Su resurrección:

“…se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre. Pues será entregado a los gentiles, y será escarnecido, y afrentado, y escupido. Y después que le hayan azotado, le matarán; mas al tercer día resucitará (Lucas 18:31-33)”.

Resucitaron sus esperanzas. María Magdalena, y Juana, y la otra María fueron a ver a los discípulos inmersos en una profunda tristeza para contarles lo que habían visto. Éstos dudaron y tomaron como ofensa que las mujeres vayan a darles semejante noticia a corazones ya desesperanzados y abatidos. Locas, fueron llamadas (Lucas 24:11). Entre ellos, Pedro, como nunca débil y melancólico, sin el impulso ni la osadía que lo caracterizaba, se levantó. No tenía nada que perder, ya lo había perdido todo. Echo a correr, mientras que Juan, despedazado hasta el alma, recordaba cómo vio morir a su amado al pie de la cruz; habría dado lo que fuera por verlo nuevamente, abrazarlo y decirle cuánto lo amaba. Desesperado, sin saber qué creer, fue corriendo tras Pedro, y un amor inexplicable le aceleró los pies (Juan 20:4), y se adelantó. Llegaron, vieron los lienzos solos, creyeron y se maravillaron. Finalmente, volvieron con los demás.

“¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los edificadores, ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos? (Mateo 21:42)”

La cueva era aún victima de sollozos lastimeros. María Magdalena, contagiada de la ardiente pasión de los otros discípulos, quien había seguido a Jesús en todas sus empresas y le había servido con fervor (Lucas 8:2), lloraba de rodillas, sin consuelo. Su corazón latía confusamente cuando decidió mirar dentro del sepulcro. Escuchó una voz. Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Pensó que era el hortelano y le preguntó por el cuerpo. La voz se dulcificó y habló con autoridad. ¡María! En ese instante, sus ojos fueron abiertos y vio a Su Maestro. ¡Raboni! (Juan 20:16). Se acercó raudamente a besar sus pies cuando Jesús le dijo que no lo toque. Quería ver a Papá primero. Él estaba tan feliz, tan ansioso por ver la sonrisa poderosa de Su Padre porque, complaciente, le obedeció hasta Su último respiro en la tierra. Además iba a celebrar Su victoria pues con Su muerte no había perdido nada, sino había ganado la salvación de la humanidad (Juan 6:39).

“Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios (Juan 20:17)”.

Como nunca esa frase se tornó en una verdad eterna para quienes creen Su nombre. El enemigo y sus planes perversos se vieron reducidos y destruidos en la cruz. Ahora que Jesús compró la vida de todo ser humano con Su muerte, la conexión con el Padre sería perfecta. Fue la mayor victoria de todos los tiempos. Por entonces, dos hombres que estaban con los discípulos, salieron a Emaús, una aldea no muy cercana a Jerusalén, recordando lo acontecido con tristeza en los ojos, y cansancio de alma. De pronto, Jesús se acercó y caminó con ellos, pero éstos no veían quién era en verdad, pues tenían los ojos velados (Lucas 24:16). Ante la pregunta de Jesús, ellos comentaban cómo el pueblo había perdido a un profeta más, quien supuestamente había de redimir a Israel. Ante esto, Jesús, les explicó que era necesario que el siervo de Dios padeciera y entrara en su gloria (Lucas 24:26). Con sus labios, lleno de versos profundos y poderosos, declaraba las Escrituras y les explicaba las profecías. Cuando llegaron a su destino, y Jesús, quien aceptó la invitación que le hicieron para quedarse junto con ellos, bendijo el pan en la mesa, les fueron abiertos los ojos y le reconocieron. Antes de que alguna reacción desmesurada interrumpiera la cena, Jesús desapareció de su vista.

“Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? (Lucas24:32)”.

Inmediatamente, ellos volvieron a Jerusalén, y vieron a los discípulos reunidos, y les dijeron todo lo que habían visto. Perplejos, los once se miraban entre sí. ¿Sería verdad? Las mujeres y estos dos dicen haberlo visto. ¿No nos enseñó el Maestro a creer? De pronto, Jesús se puso en medio de ellos. Paz a vosotros. Un silencio de terror, lágrimas sin destino, ojos quebrados. Estaba precioso y brillando. Hipnotizante como siempre. Jesús percibió su asombro, ¿por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? (Lucas 24:38). Juan temblaba cuando Jesús mostraba sus manos y sus pies que él había visto atravesados, rojos, desgarrados. Jesús sonreía al ver la inoperancia de sus hijitos, y para romper el hielo les preguntó: ¿Tenéis aquí algo de comer? (Lucas 24:41). Era Él. Siempre tan original, tan innovador, tan amoroso. La felicidad y el gozo jamás fueron tan intensos en todo el mundo como aquel día en ese cuartito pequeño. Jesús había resucitado.

Planeta de Blogs Cristianos