martes, 9 de octubre de 2007

La cercanía de Dios (Juan 9)

El hombre más hermoso del mundo, la vida andante, la buena nueva personificada, andaba con doce neófitos hambrientos de pasión por Él. Al estar Jesús caminando, de pronto, ve a un ciego de nacimiento. Los seres humanos, todos, nacemos ciegos. La condición de ciego la tenemos porque, al pecar Adán, "la muerte pasó a todos los hombres (Rom 5:12)". Esa ceguera nos aleja del Padre, pues esclavos del pecado fuimos; sin embargo, la justicia y la gracia de Jesucristo nos devuelve la vida. Esa noticia, ese pacto del Dios vivo, debe ser real en nuestras vidas. Además de saberlo, y tenerlo en mente, debemos vivirlo "Porque en cuanto (Jesús) murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuando vive, para Dios vive (Rom 6:10)". El punto es que, este ciego, aún no había "visto" a Jesús morir.

"¿Quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? (Juan 9:2)". Fue la precoz e inocente pregunta de sus discípulos. Definitivamente, era culpa de alguien ¿no? Cualquiera, en sus cabales, no podría afirmar que no hubo algún pecado para esa maldición. ¿Has pecado, como para ser ciego desde... siempre? ¿Acaso cometiste alguna falta en el vientre de tu madre, para pagarlo en menos de nueve meses? Jesús contestó: "No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él (Juan 9:3)". Eso te dice Jesús. Las obras de Dios, mi Padre, se manifestarán en ti. Anteriormente, Jesús había dicho "Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado (Juan 6:29)". El ciego estaba a punto de encontrarse con el propósito del mismo Dios, por medio de Jesús. Igual con nosotros, a pesar de ciegos, tenemos la obra de Dios como fin. Un encuentro con el Padre.

Jesús dijo: "El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida (Juan 5:24)". Nótese que se refiere a lo mismo, cuando menciona la obra de Dios. Ese es el milagro que quiere Dios para tu vida. Luego, Jesús escupió en tierra, hizo lodo con la saliva y la untó sobre los ojos del ciego; le dijo: ve a lavarte, éste lo hizo, y regresó viendo. Así, somos nosotros sanados y abrimos los ojos cuando recibimos a Cristo. Pero luego, viene la confrontación...

Hubo -luego de que los fariseos preguntarán al ciego quién le había sanado y cómo lo había hecho, y éste contestara que Jesús lo sanó- disensión, entre quienes creían que Jesús era "el Profeta" y los fariseos, quienes decían "ese hombre no proviene de Dios (Juan 9:16)". A tal punto llegó esa incredulidad que acudieron a los padres del ciego a preguntarles si realmente era ciego, les preguntaron cómo puede ver ahora. Sus padres dijeron: "Edad tiene, preguntádle a él (Juan 9:23)". Esta respuesta se debía al temor que sentían sus padres, porque "los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga (Juan 9:22)". Esta respuesta, sin embargo, es la prueba que Dios demanda luego de darnos vida. ¿Qué tanta "edad" tenemos para declarar a nuestro Sanador, a nuestro Salvador?

¿Cómo te abrió los ojos? "Ya os lo he dicho, y no habéis querido oír (Juan 9:27)" Los fariseos, de inmediato le injuriaron diciéndole: "Nosotros somos discípulos de Moises (no de Jesús). Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés; pero respecto a ése (Jesús), no sabemos de dónde sea. (Juan 9:28,29)" Al mencionar esto, ellos habían mecanizado la palabra de Dios, no estuvieron atentos a las profecías que anunciaban que vendría un Mesías a salvar a la humanidad. Y lo peor de todo, habían hecho de Dios una religión. No podían ver. Vivían en la Casa de Dios, pero no habitaban con Él. Se ocultaban en sus conocimientos de Dios, cuando estaba ciegos del Dios verdadero. No conocían al Dios verdadero, pues no habían creído en Jesús, su hijo. No pudieron dejarse amar.

Respondió quien había sido ciego "Pues esto es lo maravilloso, que vosotros no sepaís de dónde sea, y a mí me abrió los ojos [...] si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye [...] no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego (Juan 9:30-32)". Finalmente, en su convicción declaró, firme y valiente, ante la autoridad del lugar, ante los "voceros" de Dios, "Si éste (Jesús) no viniera de Dios, nada podría hacer (Juan 9:33)". ¿Es así de fuerte nuestra fe, que en medio de la angustia, de la presión, de un lugar con enemigos que están sólo para hacerte caer, podamos declarar con firmeza que creemos en el Dios verdadero? El hombre lo hizo, pues supo que Jesús era el Salvador. Creyó, a pesar de las palabras de los sacerdotes y sus amenazas y condenación. Vivió el regalo de Dios. No sólo sus ojos físicos fueron abiertos, sino su "alma", fue capaz de reconocer a Jesus como Dios.

Lo condenaron de nuevo, lo expulsaron, le dijeron: "Tú naciste del todo en pecado ¿y nos enseñas a nosotros? (Juan 9:34)". Ni la condenación, ni la soberbia, ni la expulsión de los fariseos pudo contra la felicidad que vivía ese hombre. Pues el que ve a Dios, cambia totalmente. Consiguió la victoria.

Jesús, al saber que le habían expulsado, lo buscó y le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? Le respondió él y dijo: ¿Quién es? Jesús le dijo: Yo soy. "Y él dijo: Creo Señor...(Juan 9:38A)". Jesús mismo lo confrontó luego y el hombre creyó. En ese momento, ya se había encontrado con el Padre. Jesús dijo "Si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais (Juan 8:19)". En ese momento, me imagino que el hombre era el más feliz del mundo; en ese día había encontrado la sanidad, el sentido a su vida, había encontrado al Salvador del mundo y conocía a Dios, aún sin saber las leyes de las que se jactaban los sacerdotes judíos.

"... y le adoró (Juan 9:38B)". No podía callar lo maravilloso de su día. De su encuentro con Jesús. Le adoro al ser más amado. Le adoró por amarlo. Consiguió la felicidad. Finalmente, Jesús dijo: "Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que (supuestamente) ven, sean cegados (Juan 9:39)".

Dios quiere encontrarse con nosotros. Abre tus ojos a la luz de Cristo. Deja la ceguera, así como el hombre que fue creado para que se manifieste en él la obra de Dios. Así, Dios tiene un propósito para nuestras vidas. Reconoce que Jesús es tu Salvador. A Jesús no le importó si el hombre conocía del Padre superficialmente como los fariseos. Jesús cumplió su propósito en esa vida, porque el hombre creyó. Y creyó maravillado, no a medias. Adoró a Dios, pues ya lo conocía y podía hacerlo con libertad. Dios viene por los humildes de corazón, para que los que no ven, vean. Sólo en transparencia, luego de creer en Jesucristo, podrás encontrarte con el Padre. Y es totalmente maravilloso.

Bendiciones.

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