lunes, 24 de diciembre de 2007
lunes, 17 de diciembre de 2007
jueves, 13 de diciembre de 2007
domingo, 2 de diciembre de 2007
miércoles, 21 de noviembre de 2007
sábado, 17 de noviembre de 2007
jueves, 8 de noviembre de 2007
Nada importa...

“Como el ciervo brama por las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía (Salmos 42:1)”.
Es así como me sentía un día. Abandonado, condenado por el enemigo, muerto. Llegaba a la universidad, sin ánimos, huyendo de mi Señor, tenía miedo encararlo y decirle que lo amo. Perdóname, perdóname, mi corazón imploraba. Sentí Su voz decirme ‘búscame’. Tengo examen, más tarde, dije sollozando. El examen, gracias a Dios y lecturas madrugadoras, estuvo bueno. Salí antes de tiempo. Sentí en mi corazón hambre de mi Señor. Te quiero ver, papá.
“Porque Dios ha dicho: Nunca te dejaré, jamás te abandonaré (Hebreos 13:5)”.
Le creí. Recuerdo que una amiga me dijo que si ‘todo fuera fácil, estaríamos en el cielo’. Estuve mucho tiempo en tregua, con ciertas invasiones, pero todo controlable. Mis armas se oxidaban y yo seguía envuelto en el manto de la gracia. Tocaba batallar y me dio flojera (para variar). Me vi débil, desgastado. Abatido. Busqué un lugar propicio para encontrarme con mi Señor, pues mi corazón estallaba y no podía esperar a llegar a casa. ¡Qué difícil tarea encontrar un lugar a solas en la uni! Seguía buscando, era tarde, todos iban a casa a calentarse. Y no encontraba un lugar. Busqué en el último piso de Z, esta vez había un grupo de jóvenes fumando. Rayos.
‘¡No renuncié al mundo para esto! Te necesito y voy a buscarte, no importa cuánto me cueste’, dije confiando en mis palabras porque mi mente anhelaba mandar todo a volar y volver a mis andanzas supuestamente felices pero completamente vacías. Encontré un lugar. Me senté y con un frío asesino empecé a orar, a buscar a Dios. Me di cuenta de que lo que, en mi humanidad, planeo no está a la altura de los pensamientos de Dios. Que mis faltas no están a la altura de Su misericordia. Que mis problemas no están a la altura de Su gracia. Empecé a rogarle Su perdón y Su abrazo. El Señor me restauró, fueron minutos impresionantes. No les cuento todo pues es inefable y de hecho que muchos de ustedes lo saben. Reconocí que no soy nadie sin Él. Que Su fidelidad es lo mas encomiable en el mundo. Que nada importa… si no estamos con Él
Nada te podrá separar del amor de Cristo, tenlo por seguro. Recuerda la oración del Maestro para nosotros antes de Su muerte. Me ayudó (y ayuda) mucho en tiempos de aflicción. Jesús le dijo a Su padre: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal (Juan 17:15)”
No somos del mundo, es nuestro campo de batalla. Y Jesús es el Rey por quien batallamos.
martes, 6 de noviembre de 2007
JC: Amor y obediencia (Parte I)

–Vuestra tristeza se convertirá en gozo… (Juan 16:20)
Quería llorar, no sabía por qué. Escuchaba ‘muerte’ y ‘vida’ meneándole ansiosamente los oídos. Maestro, ayúdame, suplicaba en la mente. Jesús le miraba con el amor desde que lo vio por primera vez y le dijo: Sígueme. Han sido los tres mejores años de mi vida, decía. Te amo, te amo, te amo. Sus hermanos estaban ansiosos también. Pero el amor abundaba en la febril habitación. Sentían todos que el milagro más grande estaba por ocurrir. Sabían que con el Maestro era todo posible. Juan, el amado, seguía inquieto. Todo lo que conocía, lo que había visto iba a cambiar de manera impresionante; el rumbo del mundo –si existía alguno- se vería desproporcionado con la magnitud del evento a producirse. De pronto, una estocada en su corazón le atravesó el alma. No quiero, no quiero. ¿Cómo puede ser?
-Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre. (Juan 16:28)
Escuchó a uno de sus hermanos decir que ahora sí entendía, que Jesús sabía todas las cosas. Ciertamente, él también entendía a su Maestro claramente. Tuvo muchas fuerzas. Aún así no quería desprenderse de su amado. No puede ser. He encontrado la vida y ahora se me va. Llegó la hora. Él sabía que nada se iba a comparar con el gran momento que toda la tierra atestiguaría. Lo que sucedería abriría sus ojos para siempre, y los de toda la humanidad. No tenía por qué extrañarle. Recordó, entonces, cuando Jesús les dijo: Os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer (Juan 15:15). Era su amigo. Vamos, era su mejor amigo. Quiero estar a tu lado siempre, Maestro, se volvía a repetir. Nuevamente recuerda, como fulminantes dardos de amor atravesándole la mente, cuando Jesús le dijo: Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor (Juan 15:10). Tenía la clave, entonces. Al parecer sus hermanos también lo entendieron a pesar de la bruma onerosa. Los discípulos, finalmente, recordaron a su amado cuando estando en la barca temieron, para luego estallar en felicidad y gozo al ver al ser más poderoso del mundo: Jesús. El Maestro concluyó:
-Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo (Juan 16:33).
‘¡Jesús! Ya te conocemos, confiamos en ti, Maestro’ Se pareció escuchar silenciosamente siseando en el aire. Jesús tuvo calma. “Los preparé, me toca a mí”…
jueves, 1 de noviembre de 2007
Testimonio: Pablo Olivares
Jesus dijo: "Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas (Juan 12:46)".
martes, 30 de octubre de 2007
The fellowship of the cross
Valientes. Amantes de la verdad. Ángeles del Señor. Así son mis amigos. Nobles en batalla, simples en abrazos y comprensión. Son los bandidos de sonrisas. En hambrunas los encuentro y en fiestas celestiales ahí están. Batallando en oraciones. Grandes danzantes del Señor. Saben que cuentan conmigo, aunque mi humilde ayuda se base en el empujoncito hacia Dios, así como me empujaron a mí. Bellos hermanos. Hijos de Dios. Cuando estoy con nuevas armaduras y armas que Dios forja en gracia saben que los puedo llevar de la mano. Los amo. Dios los cruzó en mi camino para amarlos. Aunque aritméticamente sean pocos, ellos me bastan para vencer al enemigo y sus millones de ingenuos atacantes.

“Mejores son dos que uno: porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! … y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto (Eclesiastés 4:9-12)”.
Dios me abraza con su abrazo. Dios me habla con sus labios. Príncipes, luces andantes. Como un padre espiritual me acoge y abraza, como soporte y tréboles de amor me habla. Con luz de miradas, con paciencia y consistencia me busca los dulces domingos. Con el armamento barroco de una medieval guerrera espiritual me bendice con versos del Señor. Con el testimonio del amor divino, me ayuda a seguir corriendo. Con la pasión infantil y humildad me escucha hablar del Padre, y me apasiona más por Él. Bendición de Dios, cuando olvidé a mi Señor, mi tierno acompañante. Me pierdo nuevamente en los favores de mi Padre del cielo, esta vez al hablar de mis amigos. No hay temor en perderlos, porque primero pierdo yo antes que ellos. “El ungüento y el perfume alegran el corazón y el cordial consejo del amigo al hombre (Proverbios 27:9).”
Gracias mis benditos amigos, y mil gracias, Padre, por éstos. No duden en buscar al sirviente de Dios, los acogeré en gratitud y bondad, y, sobre todo, en el amor del Señor así como ustedes lo hacen. Los amo. Es hora de batallar, al parecer. Afilen armas, sigamos la victoria, mi ejército.
“Si los sirios pudieren más que yo, tú me ayudarás; y si los hijos de Amón pudieren más que tú, yo te daré ayuda. Esfuérzate y esforcémonos por nuestro pueblo, y por las ciudades de nuestro Dios; y haga Jehová lo que bien le pareciere (2 Samuel 10:11,12)”
jueves, 25 de octubre de 2007
Mi primer amor
Aquellos fueron tiempos de búsqueda a Dios tremendos. Jamás había sentido el amor del Señor tan de cerca. Diciéndome que me amaba, no porque era el “timoteo” de la célula, sino porque era Su hijo. Recuerdo también que si algo motivaba ese acento del evangelio era Jesús, Su acto de amor y Su ejemplo. Era la piedra fundamental de nuestras vidas. Sentíamos –los líderes y yo- que si hacíamos algo, era por Él. Sentíamos que todo era por amor a Jesús. Todo.
Descubrí orgullo en mí porque me dedicaba mucho a Dios, pero no encontraba recompensa, porque vivía esperándola. Eran tiempos difíciles, reconocía por momentos que algo estaba haciendo mal. Aún así seguía luchando, pero esta vez en mis fuerzas. Sentí cierta pseudo-espiritualidad creciendo en mí, a pesar de que con suavidad, escuchaba en las noches a Dios diciéndome: ¿A quién estás sirviendo, hijito mío?
Me engañé por mucho tiempo. Por un lado, sufría mucho pues tenía problemas bastante grandes que agobiaban mis días. Pero no los solucionaba y así, iba a hablar Su palabra. Debo reconocer que mis oraciones se extendían en largos discursos retóricos llenos de hermosos epítetos, incluso bíblicos pero ninguno desprendido desde el fondo de mi corazón; ninguna súplica de ayuda. No encontraba la paz, el gozo, la alegría que tenía de más pequeño y que tengo ahora por Su gracia. Me di cuenta que servía, a pesar de dedicarle todo a Él, a otro amo, a Carlos Sánchez.
Esa fue mi idea, mi solución. 'Le dije, yo no puedo adorar a alguien que no es justo conmigo. Mi único anhelo era

Jamás mi corazón se endureció tanto como en ese tiempo. Llegaba muy tarde a casa, de alguna fiesta o reunión y sentía al subir a mi cuarto una sensación realmente irritante. Algo que me decía ‘detente, pídeme, yo te escucho’. Yo cuestionaba: “No me sale nada. Pensé que tú querías que yo fuera feliz. Pero no me das nada. ¿Acaso éste era tu propósito en mi vida?”. La experiencia me sirvió para notar mi corazón confundido y obstinado, mi rebeldía, mi amor apagándose y mi debilidad. Así transcurrieron mis noches, Dios hablando, yo negando. Yo, con las mismas palabras: “Si vas a hacer algo, hazlo” y dormía intranquilo, con la serenidad a mil años luz de mí. Esa fue mi vida sin Él, vacía, triste, sola.
Luego de mi encuentro con Él, le pregunté mientras oraba, ¿Qué pasó, Señor mío? ¿Qué me ocurrió en ese entonces? ¿Por qué pretendí encontrar algo mejor que a ti? Y Él me respondió: “Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado. Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor (Apocalipsis 2:2-4)”.
Me quebré totalmente. Le di mi gratitud por haberme abierto los ojos. Y es que era cierto. Estaba trabajando por amor “de” Su nombre. Estaba dedicándole mi vida a un título que desconocía. “De” un nombre que conocía bien a quien pertenecía, pero era sólo eso. Olvidé que adorar a Jesús es hacerlo por amor “a” su nombre. Por amor a Su amor. Por amor al acto más precioso que hubo. Por amor a Él. Busqué dones, espiritualidad, etc. pero olvidé que si no fuera por Jesús no existiría nada de eso. Olvide mi primer amor, a Jesús, por quien supuestamente actuaba. Olvidé al amor de mi vida.
El Señor me sanó ese día, lloré mucho pues había desperdiciado mucho tiempo y, sobre todo, le había fallado, además mi vida era horrible. Me vi haciendo todo vistiendo un polo con un estampado que decía JESUS, cuando Él me decía: '¡Hijo, aquí estoy a tu lado!, si deseas hablar de mí, preséntamelos y yo me haré cargo'. Es verdad, servimos a una causa, pero la diferencia es que esta causa vive. Jamás sentí tan real a Jesús en mi vida. En esa encrucijada, las palabras que diferenciaron esa noche de las demás, fueron: “Si vas a hacer algo, hazlo; pero Señor, ahora sí estoy dispuesto a oírte, porque no puedo hacer nada sin tu ayuda”. Y me abrazó, me dijo, ovejita, ven a mí, “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano (Juan 10:27,28)”.
El me había dicho: “No te desampararé, ni te dejaré (Hebreos 13:5)” y yo lo había olvidado. Ahora no hay otro motivo de mi adoración que Él, Su perdón fue lo más grande que experimenté, Su gracia se volvió real en mi vida. Su amor es todo. Jesus es el primer amor. Jesús dijo: “Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor (Juan 12:26)”. Más adelante dice: “… porque separados de mí nada podéis hacer (Juan 15:5)”. Si Dios tiene un plan para ti, el pone el pie primero, no tú. Y con esa convicción y confianza hay victoria. En ocasiones veo desiertos y antes de desesperar, confío en Él, Él no defrauda.

Y es verdad, como me dijo un gran amigo y siervo de Dios cuando le preguntaba ¿cómo saber si lo hago (cualquier cosa) en mis fuerzas?: “Porque en tus fuerzas no dura”. Ahora he creado una dependencia con Él. No puedo nada solo. Esa voz, ese aliento no cesará nunca desde el día en que hemos creído. Estamos “condenados” a Su libertad. “Condenados” a Su amor. ¡Qué bonita condenación!
¡Regresa! “Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido en misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó… [mi amado] era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado (Lucas 15:20,32)”.
domingo, 21 de octubre de 2007
¿La muerte?

Quizás, en ciertos momentos, se pueda dudar del amor del cual fuimos protagonistas y todo por una "cualidad" (siendo condescendiente con el término) que, a pesar de abstracta, nos acompaña todo el tiempo: el pecado. Y en una concepción casi fulminante que la Palabra de Dios nos da acerca de éste, podemos entristecer, "... la paga del pecado es muerte (Rom. 6:23)". ¡Qué tenebroso suena eso! La muerte. Cómo escapar de la muerte, en la que hemos vivido siempre, cómo ser libre, cómo puedo librarme de todo eso. Tú no puedes, yo no puedo, nadie puede librarse por sí solo. Ya existió la obra perfecta de libertad. Ya existió la muestra de amor más grande, acaso increíble en este mundo. Es cierto, te sientes amado, pero sin la cruz simplemente nada tendría sentido. "Mas Dios muestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom. 5:8)".

martes, 16 de octubre de 2007
Nunca estarás solo(a)

Cuando la restauración se asemeja a espejismos lejanos. Cuando Tu voz santa calla forzosamente en derrota por mis oídos. Cuando no he logrado vencer porque olvidé mi ejército completo y la causa de mi pelea. Es ahí, cuando me siento insignificante, derrotado, solo y no merecedor del apellido que me has otorgado.
Cuando enloquece mi vida porque no he representado mi herencia. Cuando no logro levantar la mirada porque está débil como mi cuerpo tullido, trémulo de frío. Cuando quiero morir de nuevo y volver a Getsemaní a ver Tu amor. Es ahí, cuando Tu voz seduce mis ánimos.
Cuando no resisto el silencio de mi entorno. Cuando he perdido el control de mi vida y quiero depender y vivir de ti. Cuando siento Tu mirada sin condenación alguna, con el amor tatuado. Es ahí, cuando mi corazón te reconoce y no se cansa de verte.
Cuando necesito Tu perdón, Tu abrazo, Tu canción. Cuando miro al vacío y ahí te encuentro. Cuando la tempestad me empuja a Tu refugio. Es ahí, que me sorprende Tu incomprensible amor.
Cuando mis vidrios comprometen mi alma. Cuando renuncio a mi existencia. Cuando no quiero pasar un segundo sin Tu presencia. Es ahí, que reconozco y canto Tu amor.
Cuando no puedo encontrar otro lugar mejor, es ahí, en donde quiero morar.
De pronto, nace nuevamente Tu promesa, Tu paciencia y Tu ternura, diciéndome: “Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; […], estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé (Josué 1:5)”.
Y yo respondo: Papá, te amo.
martes, 9 de octubre de 2007
La cercanía de Dios (Juan 9)

"¿Quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? (Juan 9:2)". Fue la precoz e inocente pregunta de sus discípulos. Definitivamente, era culpa de alguien ¿no? Cualquiera, en sus cabales, no podría afirmar que no hubo algún pecado para esa maldición. ¿Has pecado, como para ser ciego desde... siempre? ¿Acaso cometiste alguna falta en el vientre de tu madre, para pagarlo en menos de nueve meses? Jesús contestó: "No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él (Juan 9:3)". Eso te dice Jesús. Las obras de Dios, mi Padre, se manifestarán en ti. Anteriormente, Jesús había dicho "Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado (Juan 6:29)". El ciego estaba a punto de encontrarse con el propósito del mismo Dios, por medio de Jesús. Igual con nosotros, a pesar de ciegos, tenemos la obra de Dios como fin. Un encuentro con el Padre.
Jesús dijo: "El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida (Juan 5:24)". Nótese que se refiere a lo mismo, cuando menciona la obra de Dios. Ese es el milagro que quiere Dios para tu vida. Luego, Jesús escupió en tierra, hizo lodo con la saliva y la untó sobre los ojos del ciego; le dijo: ve a lavarte, éste lo hizo, y regresó viendo. Así, somos nosotros sanados y abrimos los ojos cuando recibimos a Cristo. Pero luego, viene la confrontación...
Hubo -luego de que los fariseos preguntarán al ciego quién le había sanado y cómo lo había hecho, y éste contestara que Jesús lo sanó- disensión, entre quienes creían que Jesús era "el Profeta" y los fariseos, quienes decían "ese hombre no proviene de Dios (Juan 9:16)". A tal punto llegó esa incredulidad que acudieron a los padres del ciego a preguntarles si realmente era ciego, les preguntaron cómo puede ver ahora. Sus padres dijeron: "Edad tiene, preguntádle a él (Juan 9:23)". Esta respuesta se debía al temor que sentían sus padres, porque "los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga (Juan 9:22)". Esta respuesta, sin embargo, es la prueba que Dios demanda luego de darnos vida. ¿Qué tanta "edad" tenemos para declarar a nuestro Sanador, a nuestro Salvador?
Respondió quien había sido ciego "Pues esto es lo maravilloso, que vosotros no sepaís de dónde sea, y a mí me abrió los ojos [...] si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye [...] no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego (Juan 9:30-32)". Finalmente, en su convicción declaró, firme y valiente, ante la autoridad del lugar, ante los "voceros" de Dios, "Si éste (Jesús) no viniera de Dios, nada podría hacer (Juan 9:33)". ¿Es así de fuerte nuestra fe, que en medio de la angustia, de la presión, de un lugar con enemigos que están sólo para hacerte caer, podamos declarar con firmeza que creemos en el Dios verdadero? El hombre lo hizo, pues supo que Jesús era el Salvador. Creyó, a pesar de las palabras de los sacerdotes y sus amenazas y condenación. Vivió el regalo de Dios. No sólo sus ojos físicos fueron abiertos, sino su "alma", fue capaz de reconocer a Jesus como Dios.

Jesús, al saber que le habían expulsado, lo buscó y le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? Le respondió él y dijo: ¿Quién es? Jesús le dijo: Yo soy. "Y él dijo: Creo Señor...(Juan 9:38A)". Jesús mismo lo confrontó luego y el hombre creyó. En ese momento, ya se había encontrado con el Padre. Jesús dijo "Si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais (Juan 8:19)". En ese momento, me imagino que el hombre era el más feliz del mundo; en ese día había encontrado la sanidad, el sentido a su vida, había encontrado al Salvador del mundo y conocía a Dios, aún sin saber las leyes de las que se jactaban los sacerdotes judíos.
lunes, 8 de octubre de 2007
Tú eres mi tesoro*
Correspóndele a Su amor. Sé feliz. Jesús le dijo a su padre: "Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado (Juan 17:23)".
*Video de www.fathersloveletter.com
viernes, 5 de octubre de 2007
A toda criatura

martes, 2 de octubre de 2007
Si mi corazón hablara
Hace un par de semanas asistí a un recital de piano, en el que una muy buena amiga iba a cantar -obviamente, éste no era sólo instrumental- que tenía por tema "Canciones del recuerdo" (o algo así). Cumplió su cometido; me vi envuelto en evocaciones momentáneas, algunas gratas, otras no tanto. Y es que a mi manera, un amigo, en todo camino y jornada está siempre conmigo, etc. El recital estuvo bueno, fue complementado con ciertas "sorpresas", a mi parecer, predecibles (menos el mimo, que quedamente y, con brusquedad, animó el intermedio del recital) pero peculiares. Entre las peculiaridades se encontraba mi amiga, quien cantó con su primo las composiciones de este. Las butacas flotaron en un facsímil bien realizado, bajos y altos combinados, canciones como "Cómo no creer en Dios", el tributo a Luciano con su "O sole mio" eterno, etc.
Logré rescatar, entre las canciones, una , mejor dicho, un título: "Si mi/el corazón hablara". Al instante empecé a viajar entre frases rasas, verosímiles, totalmente sustraídas de mi corazón. Con un diálogo desordenado, comenzó la construcción de mi identidad, de un gozo. ¿Qué le diría mi corazón a Jesús si tuviera la capacidad de expresarse?- Si mi corazón hablara te diría que eres la vida que siempre he querido llevar.
- Si mi corazón hablara te diría que te amo tanto que la capacidad humana de amar no encuentra sentido en palabras.
- Si mi corazón hablara te diría que tu refugio en momentos tristes, difíciles y de tormenta, llena mi vida.
- Si mi corazón hablara te diría que eres la fortaleza que me protege de todo mal y me salva de mil peligros.
- Si mi corazón hablara te diría que no quiero despertar nunca de tu realidad, que eres más real que yo.
- Si mi corazón hablara te diría que te quiero alegrar y agradar todos los días y que tengas complacencia en mí.
- Si mi corazón hablara te diría que me haces jugar con la ternura de un padre original.
- Si mi corazón hablara te diría que eres mi alimento diario, que muero si paso un día sin ti.
- Si mi corazón hablara te diría que te quiero conocer más y más, y que tu presencia me acompañe siempre.
- Si mi corazón hablara te diría que tu sangre fue el regalo más precioso que he recibido, que no tiene precio.
- Si mi corazón hablara te diría que no entiendo tu amor, pero quiero seguir siendo amado.
- Si mi corazón hablara te diría que no te merezco, pero mi alma, mi vida, mi espíritu te anhela más que a nada.
- Si mi corazón hablara te diría que me entrego como una ofrenda de amor y te amo más por aceptarme en tu mesa.
- Si mi corazón hablara te diría que de Nazareth salió lo más bello del mundo, que no tienes comparación.
- Si mi corazón hablara te diría que eres mi esperanza, mi pronto auxilio, mi complemento.
- Si mi corazón hablara te diría que no quiero recibir nada que no provenga de ti.
- Si mi corazón hablara te diría que eres santo, poderoso, majestuoso y soy la niña de tu ojos, hijo del mejor padre.
- Si mi corazón hablara te diría que ya no tengo sed, porque por ti corren ríos de agua viva en mi ser.
- Si mi corazón hablara te diría que por ti no tengo condenación, ni hay verguenza en mi ser porque diste tu vida por mí.
- Si mi corazón hablara te diría que no puedo dar un paso en mi vida si no estás conmigo.
- Si mi corazón hablara te diría que toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que eres el Señor.
- Si mi corazón hablara te diría que eres, simplemente, lo mejor que he podido encontrar, que te amo.
Eres mi vida, mi mayor anhelo, en tí las palabras se definen por la inexpresividad. Tu amor es inefable y fallo en el intento de describir lo que siento por ti. Te amo mi Señor.
"Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Juan 8:12)".
jueves, 27 de septiembre de 2007
Hijos de Dios
