miércoles, 21 de noviembre de 2007
sábado, 17 de noviembre de 2007
jueves, 8 de noviembre de 2007
Nada importa...

“Como el ciervo brama por las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía (Salmos 42:1)”.
Es así como me sentía un día. Abandonado, condenado por el enemigo, muerto. Llegaba a la universidad, sin ánimos, huyendo de mi Señor, tenía miedo encararlo y decirle que lo amo. Perdóname, perdóname, mi corazón imploraba. Sentí Su voz decirme ‘búscame’. Tengo examen, más tarde, dije sollozando. El examen, gracias a Dios y lecturas madrugadoras, estuvo bueno. Salí antes de tiempo. Sentí en mi corazón hambre de mi Señor. Te quiero ver, papá.
“Porque Dios ha dicho: Nunca te dejaré, jamás te abandonaré (Hebreos 13:5)”.
Le creí. Recuerdo que una amiga me dijo que si ‘todo fuera fácil, estaríamos en el cielo’. Estuve mucho tiempo en tregua, con ciertas invasiones, pero todo controlable. Mis armas se oxidaban y yo seguía envuelto en el manto de la gracia. Tocaba batallar y me dio flojera (para variar). Me vi débil, desgastado. Abatido. Busqué un lugar propicio para encontrarme con mi Señor, pues mi corazón estallaba y no podía esperar a llegar a casa. ¡Qué difícil tarea encontrar un lugar a solas en la uni! Seguía buscando, era tarde, todos iban a casa a calentarse. Y no encontraba un lugar. Busqué en el último piso de Z, esta vez había un grupo de jóvenes fumando. Rayos.
‘¡No renuncié al mundo para esto! Te necesito y voy a buscarte, no importa cuánto me cueste’, dije confiando en mis palabras porque mi mente anhelaba mandar todo a volar y volver a mis andanzas supuestamente felices pero completamente vacías. Encontré un lugar. Me senté y con un frío asesino empecé a orar, a buscar a Dios. Me di cuenta de que lo que, en mi humanidad, planeo no está a la altura de los pensamientos de Dios. Que mis faltas no están a la altura de Su misericordia. Que mis problemas no están a la altura de Su gracia. Empecé a rogarle Su perdón y Su abrazo. El Señor me restauró, fueron minutos impresionantes. No les cuento todo pues es inefable y de hecho que muchos de ustedes lo saben. Reconocí que no soy nadie sin Él. Que Su fidelidad es lo mas encomiable en el mundo. Que nada importa… si no estamos con Él
Nada te podrá separar del amor de Cristo, tenlo por seguro. Recuerda la oración del Maestro para nosotros antes de Su muerte. Me ayudó (y ayuda) mucho en tiempos de aflicción. Jesús le dijo a Su padre: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal (Juan 17:15)”
No somos del mundo, es nuestro campo de batalla. Y Jesús es el Rey por quien batallamos.
martes, 6 de noviembre de 2007
JC: Amor y obediencia (Parte I)

–Vuestra tristeza se convertirá en gozo… (Juan 16:20)
Quería llorar, no sabía por qué. Escuchaba ‘muerte’ y ‘vida’ meneándole ansiosamente los oídos. Maestro, ayúdame, suplicaba en la mente. Jesús le miraba con el amor desde que lo vio por primera vez y le dijo: Sígueme. Han sido los tres mejores años de mi vida, decía. Te amo, te amo, te amo. Sus hermanos estaban ansiosos también. Pero el amor abundaba en la febril habitación. Sentían todos que el milagro más grande estaba por ocurrir. Sabían que con el Maestro era todo posible. Juan, el amado, seguía inquieto. Todo lo que conocía, lo que había visto iba a cambiar de manera impresionante; el rumbo del mundo –si existía alguno- se vería desproporcionado con la magnitud del evento a producirse. De pronto, una estocada en su corazón le atravesó el alma. No quiero, no quiero. ¿Cómo puede ser?
-Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre. (Juan 16:28)
Escuchó a uno de sus hermanos decir que ahora sí entendía, que Jesús sabía todas las cosas. Ciertamente, él también entendía a su Maestro claramente. Tuvo muchas fuerzas. Aún así no quería desprenderse de su amado. No puede ser. He encontrado la vida y ahora se me va. Llegó la hora. Él sabía que nada se iba a comparar con el gran momento que toda la tierra atestiguaría. Lo que sucedería abriría sus ojos para siempre, y los de toda la humanidad. No tenía por qué extrañarle. Recordó, entonces, cuando Jesús les dijo: Os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer (Juan 15:15). Era su amigo. Vamos, era su mejor amigo. Quiero estar a tu lado siempre, Maestro, se volvía a repetir. Nuevamente recuerda, como fulminantes dardos de amor atravesándole la mente, cuando Jesús le dijo: Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor (Juan 15:10). Tenía la clave, entonces. Al parecer sus hermanos también lo entendieron a pesar de la bruma onerosa. Los discípulos, finalmente, recordaron a su amado cuando estando en la barca temieron, para luego estallar en felicidad y gozo al ver al ser más poderoso del mundo: Jesús. El Maestro concluyó:
-Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo (Juan 16:33).
‘¡Jesús! Ya te conocemos, confiamos en ti, Maestro’ Se pareció escuchar silenciosamente siseando en el aire. Jesús tuvo calma. “Los preparé, me toca a mí”…
jueves, 1 de noviembre de 2007
Testimonio: Pablo Olivares
Les invito a ser testigos del amor del Señor en la vida de sus hijos. La historia que aparece en estos dos videos (continuados) es la de un ex-metalero, quien hizo un pacto con el diablo y fue rescatado por la gracia del Señor Jesucristo. Disfruten de uno de los milagros del Señor.
Jesus dijo: "Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas (Juan 12:46)".
Jesus dijo: "Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas (Juan 12:46)".
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