lunes, 21 de enero de 2008

Enamorado(a) para siempre... (parte 1)

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Hasta hace muy poco hubo un encuentro en mi iglesia, el tema: El Avivamiento en la Vida del Líder. Para empezar, no me sentía líder como para asistir al evento, entonces, con una falaz indiferencia quise dejarlo pasar hasta que me llamó mi gran amiga Cessia, quien es un apoyo cardinal en mi perseverancia en la iglesia, y me dijo que tenía una invitación para mí. Le dije que no me consideraba un líder, ella me respondió (conociéndola, sin ánimos zalameros sino sabios) que Dios sí me consideraba uno. De pronto, sentí en mi corazón que Dios quería que esté ahí. Trajeron la invitación hasta mi puerta y, pues, al día siguiente, mi mamá (quien sí apoya en la iglesia) y yo, nos encaminamos a la casa de Dios. Las tres noches fueron una bendición total. Luego del encuentro, vimos claramente, la iglesia, un despertar, que no es parte del proceso en la vida de un cristiano, sino la esencia del proceso: Jesús, quien ya escribió la mejor novela biográfica acerca de la vida de cada uno de ustedes, y la guarda en el escaparate más precioso que existe: Su corazón.

“Dios nos escogió en Cristo desde antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos y sin defecto en su presencia. Por su amor, nos había destinado a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, hacia el cual nos ordenó, según la determinación bondadosa de su voluntad (Efesios 1:4-5)”.

De manera inmediata, repase el capítulo fundamental que marcó tu vida como creyente. El día en que, simplemente, el más grande milagro ocurrió; el día en que le arrancaste una sonrisa a Dios porque decidiste ver Su reino (Juan 3:3); el día en que tú le dijiste sí a Jesús. O, por otro lado (recordando el trato que Dios tuvo conmigo), trae a la memoria el día en que estuviste dispuesto a dejarle llevarte de la mano de vuelta al rebaño. Recuerda el día en que fuiste salvo. Imagino que algunos habrán dibujado un retozo en su rostro, pues fue un gran día ¿no?; otros, quizás, conscientes de haber olvidado aquel día, hayan sido estremecidos en su corazón y motivados a buscar de Dios; alguna oveja extraviada, de pronto, sienta una nostalgia que quiere evitar, aun conociendo la verdad; en mi caso, al recordarlo, simplemente tuve que llorar tristemente. Ahora les explico el porqué. El pastor nos incitó, peligrosamente, a sopesar nuestro corazón sediento en aquel día de salvación, y los hermosos días que le siguieron, con nuestra vida de cristianos actualmente. Vaya comparación, eh.

“Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte (2 Corintios 7:10)”.

La salvación está intacta, nadie te la puede arrebatar (Juan 5:24). Pero no todo termina ahí. El ser cristiano es un proceso inacabable, en el cual Dios es dueño del mismo. El no puede renovar su amor para nosotros porque Su amor es eterno y perfecto (Romanos 8:38,39). No obstante, nosotros sí podemos hacerlo. Quizás muchos no nos hemos dado cuenta de cuánto hemos dejado de tener hambre por Él, hambre de Su presencia. Quizás nos olvidamos de vivir la historia de cierto carpintero que murió de la peor manera por nosotros y lo grabamos en la mente como algo histórico que se pierde en los anaqueles antiguos; cierto, sabemos que fue real, pero fue un suceso más, es decir, ya murió por mí ¿no? Quizás hemos permitido una insensibilidad a las prédicas en las iglesias porque el tema siempre es el mismo: Jesús, Jesús y más Jesús. “Porque de tal manera amó Dios al mundo... bla bla bla” El Juan 3:16 parece tan trillado, y su significado no es más que una sombra de palabrería que alguna vez significó algo y salvó tu vida. Todos, síntomas del descuido de dejar el primer amor.

“Dice Jehová: Tengo contra ti, que has dejado tu primer amor (Apocalipsis 2:4)”.

Cuando regresé a los brazos de mi Dios, sentí la sensación más exquisita e inexplicable que he sentido en toda mi vida. Todo lo que existía, cada paso que daba, recuerdo, era por Él, cual zagal adolescente que logra conquistar a la chica de sus sueños y hace hasta lo imposible por verla sonreír. La vida no podía ser menos que perfecta. Conocía del primer amor, pero en ese momento no me percataba de su existencia. Un hermano me dijo que yo estaba viviendo el primer amor, y por eso mi increíble alborozo. Sinceramente, creí que ese amor jamás se acabaría, que lo intenso de mis días duraría hasta mi muerte. Cada día que pasa el Señor perfecciona su obra en nosotros (Filipenses 1:6), de eso no hay duda. Pero, hay que interrogarnos, cuánto estamos mostrando esa pasión por Él como aquel día en que lo conocimos. Con cuánta intensidad estamos tratando de darle lo que Él se merece. Con ‘dejar el primer amor’, no estoy hablando de ser víctimas de una emoción pasajera o, en términos platónicos, de una tonta ilusión amorosa. No estoy poniendo en duda la salvación. Hablo de regresar a aquel manantial del que bebimos por primera vez, del primer abrazo paternal que recibimos, de la delicadeza al hablar del ser que más amas a otras personas, de la primera velada que tuviste a solas con él. Aquel espacio santo que renace sólo en testimonios que evocan cierto día algo que fue real.

“¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? (Mateo 26:40)”.

Quizás no “andes en pecado” como los adúlteros o los hipócritas (Romanos 3:10). Haz renunciado a muchas cosas por Él, y te sientes bien por no ser malo como los del mundo (Lucas 18,11). Probablemente ores todos los días, pero tus versos son largos discursos o frases que has ido memorizando de algún hermano y has ido complementado con el de algún otro, nada nuevo, nada original, ‘lo que te pedí ayer, lo mismo, nomás Señor’ (Mateo 6:7). Vas a la iglesia fielmente todos los domingos, pues se hizo una costumbre saludar a la congregación quien te devuelve una sonrisa de aprobación por tu asistencia. Es posible que en tu colección de discos se encuentre el último single de Jesús Adrián Romero, o Hillsong para los más jóvenes, pero las melodías ya no te conmueven como antes. Los cuadros en tu casa hacen notar tu devoción con el Salmo 23, o el 27, bien ubicado para que toda visita sepa que eres un cristiano. Felicidades, hermano, has logrado obtener el título de religioso. Vistes todo lo que es necesario para ser llamado un cristiano. La fachada te queda perfecta. Pronto te das cuenta de que nada te llena, que haz llegado al hastío espiritual. La fe ya no es lo que solía ser antes, se va deteriorando en un proceso muy sutil y, a veces, invisible. Tu fachada de cristiano está intacta, pero tu alma no encuentra esa sonrisa que tuviste el día de tu salvación. Yo le pregunté a Dios, ¿Qué pasó con el Carlos que no dormía si no habitaba en Tu templo y te adoraba sin importarle el reloj? Y… ¿Qué pasó contigo?

(continuará)

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